MATEO
5, 17 – 19: No piensen que he venido a anular la ley o los
profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento. Les aseguro que
mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley
desaparecerán hasta que todo se haya cumplido. Todo el que infrinja uno solo de
estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo,
será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los
practique y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos. Porque
les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que
su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley.
De ningún modo podemos adecuar a nuestro tiempo lo que en el judaísmo de
Jesús era el vivir conforme a la Toráh. La ley de entonces abarcaba todos los ámbitos
de la vida del judío y además con el convencimiento de que viviéndola estaba cumpliendo
la voluntad de Dios. Desde este fundamento vital de la Ley Jesús muestra una
propuesta que da plenitud a todos estos preceptos que contenía la Torah y que
en este sentido nosotros sí que podemos buscar el aplicativo a nuestro tiempo:
Jesús dirá que es necesario cumplir la Ley, pero ese cumplimiento es extrínseco
y sólo hace referencia al comportamiento o a la conducta. En cambio, el
evangelista propone a Jesús como aquel que es capaz de transformar el interior
y por tanto capaz de esa justicia mayor que la de escribas y fariseos.
Jesús era hebreo, por tanto conocedor de la Ley y de lo que la Torah
representaba para el pueblo respecto de la funcionalidad de la vida y su
relación con Dios. Pero Jesús venía a portar una relación de intimidad que
hasta entonces sólo estaba reservada para algunos personajes que gozaron de esa
especial comunión con Dios como Abraham, Moisés… Jesús no fue condenado por
infringir algún precepto de la Ley, quizás los únicos enfrentamientos con los
más rigoristas fueron respecto del sabbath y su relación con los enfermos y
pecadores.
Nosotros, que nacemos ya con un cierto instinto a ir esquivando algunas
leyes y que nos movemos en el ámbito de la picaresca vemos un poco lejana
aquella cultura del los hebreos. Cuando escucho predicar sobre este pasaje me
extraño de las analogías que se hacen con respecto de la Torah y nosotros y
nuestra vida. Nosotros no somos hebreos y la mayoría no tenemos constancia de
cómo se vive la Ley de ellos. Tampoco venimos de su tradición y nuestro sistema
jurisdiccional nace del derecho romano. Tratar de meternos en la cabeza que no
nos quedemos en las normas o en la Ley es del todo ilógico, porque en nuestra
cultura la jurisdicción no guarda relación con Dios y sólo el cumplimiento de
los mandamientos hace mella en los más creyentes. Existe, por tanto, una
separación entre la vida civil y la vida espiritual a diferencia de la
tradición hebrea.
Sólo el elemento transformador, Cristo, tiene vigencia en los dos sistemas,
porque desde el interior de las personas tenemos una forma de conexión
universal e íntima que comunica nuestro ser consciente y nuestro ser viviente
con la espiritualidad. Precisamente de eso trata el pasaje de hoy, porque
cuando Jesús dice que no viene a abolir la ley es para que nos olvidemos de
cualquier pensamiento o interpretación de sus palabras: la ley tiene su
vigencia y así será. En cambio quiere dejar constancia de la necesidad de
abrirse a esa intimidad que parecía sólo reservada para los grandes hombres y
mujeres de Dios (profetas, jueces, reyes…): la conexión vivencial y relacional
con Dios también surge desde el interior. Y esa es una novedad radical que
centra la espiritualidad en la relación con Dios a través de Jesús.
Entonces, si bien el judaísmo tenía su centro espiritual en Jerusalén y en
el Templo, o si el fariseísmo tenía la suya en el rezo de los salmos y el
cumplimiento de la Torah, ahora el evangelista, que escribe ya con el Templo
destruido, también propondrá un nuevo Templo desde el interior del ser humano.
Y desde esta tradición nace la posibilidad de iniciar nuestra especial relación
con Dios, con el elemento de la fe que Cristo posibilita.
Esa es la historia de la justicia mayor, entendiendo cómo cada grupo hizo
nacer su particular espiritualidad que nosotros heredamos de aquellos primeros
seguidores de Jesús. Quizás nos ayude a entender que la nuestra no es la única
manera de acceso a Dios y que existen muchas justicias mayores que la de los
escribas y fariseos. Hoy separamos el interior de la conducta y trabajamos en
función de las premisas del evangelismo primitivo identificando esa justicia en
el amor a Dios y a los demás, pero entendiendo que hay muchas formas de amar y
todas ellas tienen vigencia y validez.
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