JUAN
13, 21 – 31: Dicho esto, Jesús se
angustió profundamente y declaró: —Ciertamente les aseguro que uno de ustedes
me va a traicionar. Los discípulos se miraban unos a otros sin saber a cuál de
ellos se refería. Uno de ellos, el discípulo a quien Jesús amaba, estaba a su
lado. Simón Pedro le hizo señas a ese discípulo y le dijo: —Pregúntale a quién
se refiere. —Señor, ¿quién es? —preguntó él, reclinándose sobre Jesús. —Aquel a quien yo le dé este pedazo de pan que
voy a mojar en el plato —le contestó Jesús. Acto seguido, mojó el pedazo de pan
y se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón. Tan pronto como Judas tomó el
pan, Satanás entró en él. —Lo que vas a hacer, hazlo pronto —le dijo Jesús. Ninguno
de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo eso Jesús. Como Judas era
el encargado del dinero, algunos pensaron que Jesús le estaba diciendo que
comprara lo necesario para la fiesta, o que diera algo a los pobres. En cuanto
Judas tomó el pan, salió de allí. Ya era de noche.
La gran paradoja de Jesús la hallaremos en este capítulo. Cristo, que a lo
largo de su vida fue de un lado a otro haciendo amigos y enseñando el amor, va
a ser traicionado por Judas y negado por Pedro. Sus discípulos, además, lo
abandonarán en el huerto de Getsemaní cuando la guardia de los sacerdotes
apresa al maestro y lo lleva hacia el fatídico juicio. A Jesús lo van dejando solo,
¿dónde están mis amigos? A partir de estos momentos el escenario se prolonga
durante la noche desde el cenáculo hasta la cruz. Gritos, insultos, injusticia,
sarcasmo, bofetadas, latigazos… conocemos bien la historia de este final de
Jesús, a medida que se alejan los amigos.
Cuando el desamor se apodera de nuestro corazón también somos un poco así, ¿verdad?
Quizás sean traiciones en menor medida, o puede que nuestro abandono venga a
causa de una discusión, o que neguemos lo que somos por miedo a que se rían los
demás, o… quizás todas las veces que vamos contra el corazón sean las que mejor
puedan entender a este Jesús que está siendo abandonado. Cuando todo pierde el
sentido es por falta de amor.
Resulta paradójico que Jesús les haya lavado los pies y a lo largo de esa
misma noche aquel gesto de amistad no fuera correspondido. Hoy, nosotros
celebramos la conmemoración de esa noche con el mismo gesto de lavarnos los
pies unos a otros, y como en aquel entonces ese gesto precioso caerá en el
olvido en algunas relaciones. Es un gesto que se está convirtiendo sólo en una
rutina, porque es bonito. Hay muchos gestos que sólo son bonitos, que quedan
bien y luego, pues a lo nuestro. Estas celebraciones también abandonan a Jesús.
Cuando a uno lo abandonan queda una extraña sensación de vacío, a mi me
queda cara de tonto, es como si me hubieran tomado el pelo, y yo entonces me
aparto de esa persona y ya no voy con él, o con ella. ¿Qué hubiera pasado si
Cristo actuara así? No quiero imaginármelo. Este Jesús llevó dos cosas hasta el
final: amor y sufrimiento. Conozco a mucha gente que amando sufren y por sufrir
no dejan de hacerlo. Claro que les asusta la soledad, claro que les incomodan
los insultos, por supuesto que no querrían terminar en la cruz, pero si por
amar así fuera no dudarían.
Bien, que entre traiciones y abandonos quede mi gratitud para todos y todas
aquellas que se han solidarizado con este amor del Cristo que a pesar de todo
se ha mantenido fuerte por nosotros. Gracias por esa luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario