MATEO
11, 25 – 30: En aquel tiempo Jesús dijo:
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido
estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como
niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad. »Mi Padre me ha entregado
todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. »Vengan a mí todos
ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi
yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán
descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.»
Llevar este pasaje de su tiempo al nuestro supondría decir que ya no hay
muchos como aquellos niños en nuestra sociedad occidental, europea, americana…
pues ahora seríamos más como los sabios y entendidos gracias a nuestro nivel
cultural. A los niños los hemos desplazados a las zonas rurales o a países en
los que la cultura, o la prudencia, no ha sido posible alcanzar. El evangelio
es de los pobres, pero también de los ricos, si yo uso el evangelio para hacer
una especie de himno reivindicador hacia los necesitados, estoy perjudicando a
quienes, siendo también creyentes, no viven bajo la amenaza de la pobreza. Hay
muchas personas apacibles, humildes y generosas que son cultas, ricas,
poderosas… y gracias a Dios que las hay porque si no fuera así los más
necesitados serían completamente olvidados.
Sí es cierto, pero, que de la lectura de hoy existe una necesidad, o una
llamada a ser como los niños. No a regresar a la infancia, y tampoco a
desprenderse de las posesiones, sino que el término niños se refiere aquí a esa
inocencia que todavía ni pide, ni exige, ni prejuzga. Volverse niño es para
dejar a las personas ser quienes son, porque en esa edad, si miramos en un
colegio, cada uno es lo que es: el que pega, el que recibe, el que juega, el
que llora… y luego ya vendrá el crecimiento. En ese estadio infantil hay tiempo
para pasarlo bien, para abrir la imaginación, hay amigos invisibles, y parece
que algunos incluso pueden mirar más allá.
¿No habéis escuchado nunca aquello de: has perdido la espontaneidad, la gracia,
la chispa, o la inocencia? Bien, eso es que nos hemos olvidado de ser niños, y
la premisa fundamental para regresar a aquella etapa es descubrir, o
redescubrir podríamos decir, dejando a las cosas y a las personas ser lo que
son. Lo mejor de un niño (o de una niña) es dejar a Jesús ser Jesús, ¿y cómo es
Jesús? Hoy te diría que es el Hijo, engendrado (no creado), unigénito y a través
del cual todo fue hecho, imagen visible del Dios invisible… ¡vaya!
Parece que el sentido de las catequesis son para dar a conocer a Jesús, a
Dios, nuestra fe y cómo se profesa, pero también deberían ser un espacio de
acercamiento del adulto al infante, de intercambiar experiencia, de
intuiciones. Sin duda, si buscamos un espacio en el que hacernos con este
pasaje debe ser ahí, con los más pequeños, que nos contagian entusiasmo y ganas
de descubrir, qué bonito es el mundo desde el prisma de una niña, cuánto color,
qué castillos! O desde la vitalidad del niño, nunca se cansan… se agotan.
El reto del adulto es redescubrir al Cristo de la infancia y reubicarlo en
nuestro mapa teologal. Quizás por el camino del desarrollo y el aprendizaje
hemos dejado de ver a Jesús como Él es para proyectar en Él otro tipo de
imágenes. Bien, volvamos a ese tiempo de imaginación, vivamos la experiencia de
la gratuidad y regresemos a nuestro tiempo más vitales, incluso más inocentes.