JUAN
13, 1 – 11: Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía
que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y
habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Llegó
la hora de la cena. El diablo ya había incitado a Judas Iscariote, hijo de
Simón, para que traicionara a Jesús. Sabía Jesús que el Padre había puesto
todas las cosas bajo su dominio, y que había salido de Dios y a él volvía; así
que se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Luego
echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos y a
secárselos con la toalla que llevaba a la cintura. Cuando llegó a Simón Pedro,
éste le dijo: —¿Y tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí? —Ahora no entiendes
lo que estoy haciendo —le respondió Jesús—, pero lo entenderás más tarde. —¡No!
— protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies! —Si no te los lavo, no tendrás
parte conmigo. —Entonces, Señor, ¡no sólo los pies sino también las manos y la
cabeza! —El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies —le
contestó Jesús—; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están
limpios, aunque no todos.
El itinerario cristiano parte de
sentirse tan profundamente
amado como para entregar la vida, hasta la última
gota de sangre por los demás. De la entrega de Jesús que
Juan nos narra en este pasaje podemos deducir no sólo el amor que Cristo siente
por la humanidad sino también el amor que Jesús sintió de todo este grupo de
hombres y mujeres que convivían con él. Y aunque el evangelista no recoja
demasiadas muestras de ello, podemos leer cuánto amaron a Jesús, hasta el punto
de rechazar su muerte. Cuando Pedro negó a Jesús en el huerto no es que lo
hiciera por miedo a las represalias sino que por tan grande amor que sentía
hacia Jesús. Por eso era tan difícil entender que se Jesús se entregaba y que,
además, lo hacía líbremente.
Para este primer
grupo tan fácil podía ser amar a Jesús como difícil comprender muchas de sus
decisiones. Pero la verdad es que el que quiera amar a Jesús también tiene que
amar su humanidad y en esta vida de Jesús, Dios nos enseña a mirar su presencia
también en las cosas malas, o dramáticas que también coexisten en el mundo.
Quienes buscaban la majestad, la perfección o la pompa de Cristo eran
decepcionados vez tas vez. Y quienes amaban al que era maestro, que perdonaba
pecados y tenía poder de sanación, tampoco lo entendían cuando Jesús lloraba.
¿Tú Señor me lavarás a mí los pies? Jamás!
Pues a partir de este pasaje será cuando vamos a ver a este Jesús angustiado,
herido, golpeado, traicionado, juzgado y finalmente muerto. Ya no habrá tiempo
para sanar, o para multiplicar panes, o para transfigurarse, ni tan siquiera
para que canten Hosana al rey. Y entre los últimos gestos de amor del Cristo a
los suyos les lava los pies y actúa como sirviente. Y cómo descoloca cuando
alguien sin esperarlo te lava los pies, o te los unge con perfume, o te los
besa, porque los pies es una zona del cuerpo bastante sufrida, a veces con
heridas, otras veces con olor, a veces sudoroso… y muchas veces no queremos que
nos los vean. Si a mi me dijeran cuál es la parte de tu cuerpo que menos de
gusta diría los pies sin dudarlo.
Qué especial, entonces, porque Jesús nos invita a cuidar de estos pies que
representan la zona más curtida, trabajada, cansada y básica del ser humano. Y
la propuesta es para cuidar a todas estas personas que dan la vida desde los
lugares más olor a dificultad, desde las bases, las parroquias y a todos
aquellos que tienen callos, durezas, que están agrietados, o mal cuidados, que
también necesitan de cuidados a que los lavemos, los aliviemos, y con una
toalla ceñida les apoyemos, les amemos, les ayudemos…
Que en esta noche de cena y de amistad, ese amor que tenemos no genere
rechazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario