JUAN
10, 22 – 30: Por esos días se celebraba
en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el
templo, por el pórtico de Salomón. Entonces lo rodearon los judíos y le
preguntaron: —¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo,
dínoslo con franqueza. —Ya se lo he dicho a ustedes, y no lo creen. Las obras
que hago en nombre de mi Padre son las que me acreditan, pero ustedes no creen
porque no son de mi rebaño. Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me
siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá
arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que
todos; y de la mano del Padre nadie las
puede arrebatar. El Padre y yo somos uno.
Los tiempos de la espera mesiánica ponían muy nerviosos a los dirigentes y
a los maestros de la Ley, que
reconocerían al esperado libertador por las grandes señales que estaban
descritas en la Torah. Algunos esperaban a Elías, tal como profetizaba Malaquías
y otros se apoyaban en relatos parecidos del éxodo. Christian Duquoc, por ejemplo, ya en nuestro tiempo hace un apunte
muy interesante en la lectura del evangelio de Mateo ajo esta ansiada espera
mesiánica. Para el teólogo, el pasaje de las tentaciones en el desierto no es
que ocurriera como nos relatan los evangelistas, sino que cada pregunta del
diablo, apoyada en un texto del Antiguo Testamento, responde a una forma de
deseo mesiánico. Por tanto, el desierto o el demonio vendrían a ser estos
mismos dirigentes que estaban presos, condicionados, por la venida del Mesías.
¿Eres tú el Cristo? Si leemos con atención los evangelios, veremos que es
una pregunta de siempre. Pero además de una pregunta es también motivo de
expectación, o podríamos decir de ilusión. Pero esperar señales, o que Jesús se
proclamara Mesías delante de ellos con el poder y la fuerza que los rabinos
esperaban, alejaría a Jesús de su atención primordial a los pobres, enfermos,
necesitados, publicanos o prostitutas (por decir algunos).
Jesús tenía el reconocimiento de los fariseos, que vivían con asombro esta
nueva libertad en la que vivía Jesucristo. Ellos, seguros que la voluntad de
Dios venía expresada en la Ley, reglamentaron cualquier dimensión de la vida
para el judío piadoso, que cumpliendo con la Torah cumplía con Dios, y tenía su
favor. El temor de ellos frente a la libertad de Jesús hacía muchas preguntas,
incluso dudas sobre el fundamento de tanto rigor. Ellos esperaban a un Mesías
al que seguir, y Jesús propone otro tipo de seguimiento, cumplir con la
voluntad de Dios es vivir en esta libertad favoreciendo siempre a los más
necesitados. Tanto tiempo usado en escudriñar las Escrituras que ahora tan
siquiera sabían vivirlas.
El pórtico de Salomón será testigo no sólo de la acción del Padre en el
Hijo, sino la del Espíritu Santo sobre los apóstoles, testigos de la misión
cristiana.
Jesús hacía muchas cosas, unas le acercaban a esa figura mesiánica, otras
en cambio parecía que lo distanciaban, y de ahí el clamor de los judíos más
piadosos que le ruegan, por favor, les diga ya la verdad. Esta incertidumbre
también nos hace dudar a nosotros muchas veces, y buscamos una comunidad
perfecta, con un amor perfecto, una convivencia perfecta y un pastor total.
Pero la vida en una continua imperfección si buscamos lo que es perfecto nunca
lo encontraremos, porque más tarde o más temprano siempre hay un fallo, una
deficiencia, una diferencia, o un conflicto.
La grandeza del ser humano está en esa imperfección, primero porque nos
diferencia a los unos de los otros, y segundo porque nos hace más bellos.
¿Alguien piensa que Jesús fuera varón perfecto? No lo fue cuando se enojó en el
Templo, tampoco cuando llamó zorra a Herodes, no lo sabemos en su juventud,
mientras crecía (y quizás por eso no se explica nada). A Jesús estamos
acostumbrados a verlo tan excelso, tan supremo… que nos olvidamos de su
naturaleza humana. El apóstol Pablo dirá que en todo se hizo semejante a los
hombres o a las mujeres, también en errores.
Aprender a desvirtuar tanto sabor a azúcar nos ayudará a vivir sonriendo
cuando en nuestra convivencia nos hallemos con un bache, un desacierto, un
desamor, un mal entendido… aunque también es un trabajo. La vida cristiana es
un camino de perfección, como un trayecto hacia el perfecto. Mientras vivamos
estaremos limitados, seremos frágiles y viviremos episodios felices y otros que
serán tristes, pero también está el deseo de vivir bajo esta imperfección,
porque así es la vida y la vida es un regalo. Disfruten entonces, y no quieran
devolver el producto por estar defectuoso.
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