JUAN
18, 18 – 33: Allí lo crucificaron, y con
él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. Pilato mandó que se pusiera
sobre la cruz un letrero en el que estuviera escrito: «Jesús de Nazaret, Rey
de los judíos.» Muchos de los judíos lo leyeron, porque el sitio en que
crucificaron a Jesús estaba cerca de la ciudad. El letrero estaba escrito en
arameo, latín y griego. —No escribas “Rey de los judíos”—protestaron ante
Pilato los jefes de los sacerdotes judíos—. Era él quien decía ser rey de los
judíos. —Lo que he escrito, escrito queda —les contestó Pilato. Cuando los
soldados crucificaron a Jesús, tomaron su manto y lo partieron en cuatro
partes, una para cada uno de ellos. Tomaron también la túnica, la cual no tenía
costura, sino que era de una sola pieza, tejida de arriba abajo. —No la
dividamos —se dijeron unos a otros—. Echemos suertes para ver a quién le toca.
Y así lo hicieron los soldados. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura
que dice: «Se repartieron entre ellos mi manto, y sobre mi ropa echaron
suertes.» Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre,
María la esposa de Cleofas, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre, y a
su lado al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu
hijo. Luego dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento
ese discípulo la recibió en su casa. Después de esto, como Jesús sabía que ya
todo había terminado, y para que se cumpliera la Escritura, dijo: —Tengo sed. Había
allí una vasija llena de vinagre; así que empaparon una esponja en el vinagre,
la pusieron en una caña y se la
acercaron a la boca. Al probar Jesús el vinagre, dijo: —Todo
se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Era el día de la
preparación para la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos permanecieran
en la cruz en sábado, por ser éste un día muy solemne. Así que le pidieron a
Pilato ordenar que les quebraran las piernas a los crucificados y bajaran sus
cuerpos. Fueron entonces los soldados y le quebraron las piernas al primer
hombre que había sido crucificado con Jesús, y luego al otro. Pero cuando se
acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
Hallaremos, a lo largo de este tránsito
desde el viernes al domingo, un momento de reflexión para estar delante
de este Jesús que está crucificado. Es el momento definitivo, ha sido juzgado y
hallado culpable, blasfemo. Uno se limpia las manos delante de la injusticia
diciendo algo así como: esto no va conmigo. Otros insultan y golpean a un Jesús
que carga con el peso del madero y los de su pueblo gritan: blasfemo, blasfemo,
blasfemo. Jesús expira y cierra los ojos, ya no ve nada, y podríamos decir
también que este será el único momento en la historia de la humanidad (d.C.)
que Dios también cierra sus ojos, o aparta su mirada. Dios ha dejado de
mirarnos.
¿Y qué ocurre cuando Dios aparta su mirada del ser humano? ¿Y qué pasa
cuando ya no puedo ver a Jesús? Me siento extraño cuando en medio de toda esta
pasión, llega un momento en el que se rompe el nexo entre Padre e Hijo por
causa de la humanidad. Cómo hemos tenido que ser para romper la relación entre
un Padre y un Hijo. Los que somos padres conocemos del dolor que provoca la
lejanía de nuestros hijos, y más que la lejanía que unos u otros se muestren
indiferentes. Qué angustia más grande pensar en no ver a mi hijo, o qué pena más
grande no encontrar a mi padre ( o a mi hija, o a mi madre).
Nosotros miramos a la cruz y queremos mirar al Cristo, pero Jesús no nos
está mirando, tiene los ojos cerrados. ¿Dónde está la complicidad?¿Dónde el
consuelo?¿Dónde está esa tierna mirada, esa mirada de amor? Si no alcanzo a
verte…
Una mirada dice mucho de quienes somos, de cómo estamos, de qué queremos… Mirándonos
a los ojos nos decimos muchas cosas, no hace falta hablar. ¿Qué sería del mundo
sin estas miradas?
Podríamos meditar y pensar ¿Qué nos ocurre si Cristo no nos mira? También
podríamos meditar acerca de esta ruptura entre un Padre y un Hijo. Nuestro
mundo hoy sigue promoviendo la distancia entre ellos porque rebosa maldad,
incomprensible maldad, y separamos a esta familia.
Que podamos recogernos hoy alrededor de la familia y pensar qué afortunados
somos que tenemos quien nos ama y a quien amar.
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