LUCAS
24, 28 – 35: Al acercarse al pueblo
adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba más lejos. Pero ellos insistieron:
—Quédate con nosotros, que está atardeciendo; ya es casi de noche. Así que
entró para quedarse con ellos. Luego, estando con ellos a la mesa, tomó el pan,
lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo
reconocieron, pero él desapareció. Se decían el uno al otro: —¿No ardía nuestro
corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las
Escrituras? Al instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí
encontraron a los once y a los que estaban reunidos con ellos. ¡Es cierto!
—decían—. El Señor ha resucitado y se le ha aparecido a Simón. Los dos, por su
parte, contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo habían
reconocido a Jesús cuando partió el pan.
El pasaje de Emaús, del que sólo recojo esta parte final, es en sí una
bonita catequesis en la que se expone todo el sentido cristológico de las
Escrituras. Desde el principio de los tiempos todo lo que Dios ha creado tiene
este sentido que alcanza plenitud en la persona de Jesucristo, del que se venía
ya hablando desde los tiempos de los profetas. Jesús nos hace aquí una pequeña
síntesis acerca de todo aquello que contenía el Antiguo Testamento y que se ha
cumplido en la Nueva Alianza. También nos da a nosotros una clave de lectura
para acercarnos a la Escritura en sentido cristológico, viendo la Antigua
Alianza como una promesa que se perfecciona con el Misterio Pascual, con todo
el simbolismo de lo que hemos estado celebrando estos últimos días.
La segunda parte del pasaje también es catequético, aunque centrado en la
eucaristía. La fracción del pan, que bendijo y partió recuerda aquella cena
pascual que celebró Cristo con los suyos la noche en la que debía ser apresado
y juzgado, y que a modo de mandamiento les dejó para hacer como memorial. Lucas
condensa en este itinerario de Emaús gran parte de la teología, cristología,
eclesiología y sacramentología cristiana, es la mejor herramienta para hacer
catequesis, y un texto accesible a cualquier edad.
Durante estos días posteriores a la resurrección, Jesucristo se irá
apareciendo en diferentes momentos y formas a los suyos, no sabemos cómo se
presenta aunque sabemos que lo reconocen. Le ocurre a la Magdalena, a Tomás, a
estos viajeros y así incluso a nosotros mismos que vivimos un encuentro
personal en el que aunque no vemos, sí reconocemos a este Cristo tanto en el
llamado, como en la compartición del pan, o la celebración eucarística, o en la
comunión con los hermanos y las hermanas. Hay toda una experiencia vital que
recoge el acontecimiento de Jesús y toda una corriente humana que desea
prolongar el legado de Cristo de este amor que no se agota, y que salva.
Y termino, esta experiencia del resucitado provoca dos cosas: calor y
alegría. Este calor no me deja frío o indiferente ante la necesidad, el hambre,
la injusticia, el miedo o las desigualdades y me lleva a actuar, y esta actuación
no me supone una carga, o una obligación, o un malestar, sino que provoca
alegría, una alegría que sale con naturalidad. Es el gran misterio de la
presencia de Dios que actúa en la creación y que se hace visible en la
comunidad cristiana cuando ésta considera el mundo como un lugar al que dar
amor.
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