MARCOS
16, 9 – 15: Cuando Jesús resucitó en la madrugada del primer día de
la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado
siete demonios. Ella fue y avisó a los que habían estado con él, que estaban
lamentándose y llorando. Pero ellos, al oír que Jesús estaba vivo y que ella lo
había visto, no lo creyeron. Después se apareció Jesús en otra forma a dos de
ellos que iban de camino al campo. Éstos volvieron y avisaron a los demás, pero
no les creyeron a ellos tampoco. Por último se apareció Jesús a los once
mientras comían; los reprendió por su falta de fe y por su obstinación en no
creerles a los que lo habían visto resucitado. Les dijo: «Vayan por todo el
mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura.
¿Creemos todavía posible ir a predicar el evangelio por el mundo? Quizás,
pienso, la predicación como tal ya no tiene cabida en nuestro mundo, es una
herramienta que ha dado mucho fruto, y sigue siendo la principal forma de
divulgar la fe, pero ha perdido peso casi de una forma aplastante en la vida,
en el diario de nuestra sociedad. Aunque esto es como aquello del vaso medio
vacío o el vaso medio lleno, y sólo querría acogerme al dato, que demuestra
este vertiginoso descenso de la proclama del evangelio.
Quizás sea un buen momento para ocuparse de otras formas de evangelizar, o
quizás sólo se trate de dejar la impronta (el sello) que la comunidad cristiana
sigue ahí, trabajando en medio de una sociedad cada vez más decepcionada por
todo: ya sea en política, en economía o incluso en el ámbito convivencial… lo
cierto es que cada vez hay más desengaño. Estamos en la época de las grandes
crisis, podríamos decir, pero con el vaso medio lleno también diría que estamos
en un tiempo propicio para tener un encuentro personal con el resucitado.
Cuando todo está tan revuelto llegamos al momento de los grandes
oportunistas, que son capaces de dirigir toda esa confusión hacia un proyecto
determinado de salvación, porque el ser humano cuando vive angustiado lo que
busca es ese resquicio de esperanza, o de futuro. Pero es entonces cuando todo
rasgo de fortaleza, de unión, de solidaridad, de confianza y de entrega es
causa de esta nueva evangelización que pasa a través de la vida, de nuestra
vida, y el anuncio del evangelio cobra su pleno sentido cuando lo que es
Palabra vuelve a traspasar la carne.
La evangelización tiene: una propuesta de crecimiento que se desarrolla a
través de la catequesis, una propuesta de vida por adhesión a la comunidad
cristiana y una misión de solidaridad con el mundo como ejes centrales de esa
esperanza de salvación en Dios. Y de cómo arraigan éstas en la realidad más
cercana se moviliza el desarrollo del diario de las barriadas, o de las
ciudades, o de los países… Pero, a mi me cuesta un poco entender, qué sucede en
la vida para que lo que funciona bastante bien en las bases no repercuta más arriba?
Por qué las acciones sociales que viven desde el bolsillo de personas no pueden
encontrar su hueco políticamente? O por qué no llega hoy un plato de comida a
todo el mundo? Lo lamento, pero denunciamos mucho y conseguimos poco, o nos
conformamos muy fácilmente con lo poco que nos dan!
Se me ocurre que a esta evangelización le falta algo también importante: conseguir
una política justa a través de personas con capacidad humana que sean capaces
de representar a personas, o hacer de la política un espacio plural y generoso,
o quién sabe… un mundo más igual. La evangelización pasa por todos los lugares
en los que el ser humano se ha hecho como Dios y ha crecido en egoísmo, por
apartar todo rastro de impiedad, por conciliar posturas, por pacificar
procesos, por cuidar el mundo… O quizás yo sea un soñador y el mundo deba ser
complicado.
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