JUAN
20, 24 – 31: Tomás, al que apodaban el
Gemelo, y que era uno de los doce, no estaba con los discípulos cuando llegó
Jesús. Así que los otros discípulos le dijeron: —¡Hemos visto al Señor! —Mientras
no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y
mi mano en su costado, no lo creeré —repuso Tomás. Una semana más tarde estaban
los discípulos de nuevo en la casa, y Tomás estaba con ellos. Aunque las puertas
estaban cerradas, Jesús entró y, poniéndose en medio de ellos, los saludó. —¡La
paz sea con ustedes! Luego le dijo a Tomás: —Pon tu dedo aquí y mira mis manos.
Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe. ¡Señor
mío y Dios mío! exclamó Tomás. —Porque me has visto, has creído —le dijo
Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen. Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en
presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero
éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.
Tomás, pienso, es uno de los discípulos que más se acerca al creyente de nuestro
tiempo: el fiel que ha vivido el paso
del siglo XX al XXI, de la peseta al euro, del tabaco a las zonas si humo y del
modem al cable… Con tanto cambio nos hemos vuelto un poco escépticos y para
creernos algo primero tenemos que verlo. Lo mismo nos pasa cuando hay
desconfianza, o dificultad, pero también nos mostramos escépticos ante los
proyectos a medio y largo plazo, ya sea en el terreno personal, profesional,
académico… Somos víctimas y verdugos, depende de la situación. No existe la
objetividad, y casi todo en la vida tiene que ser demostrable. Ya poco queda de
aquel tiempo en que nos llamaban crédulos, ingenuos o soñadores.
La lógica, la ciencia, la sabiduría, el razonamiento… todo pasa por el
papel fundamental de la experiencia, por el empirismo, o pasamos por ser muy
aristotélicos, o por acercarnos a David Hume. La experiencia es la base de todo,
y lo vemos incluso en nuestro lugar más espiritual de la mano de este Tomás, que
conforma una parte activa de la comunidad cristiana: si veo, creo y si no lo
veo, no lo creo. Y esta máxima somos capaces de llevarla a todas las
dimensiones de la vida: seréis cristianos si veo amor, seguidores de Cristo si
veo entrega, muy religiosos si os veo rezar, piadosos si os veo celebrando la
eucaristía, y siempre tengo que ver para poder asegurarme de lo que es porque
parece que la realidad es poco confiable, como si me acogiera a las dos caras
de la vida. Me aferro tanto al querer ver, que me estoy perdiendo las cosas
imperceptibles de la vida y que ocurren (están ocurriendo) delante de mí.
Si no lo veo, también lo estoy negando y éste es un ejercicio fulminante
para perder la fe, porque la fe (que no alcanzamos a ver) es lo que mueve
nuestra vida. Y si niego lo que no veo ¿no estoy también negándome a la fe? … Las
primeras palabras que leemos de Jesús
son: convertíos y creed en el evangelio. La conversión es un proceso interior y
el evangelio es algo abstracto, pero ambas situaciones pasan por el ejercicio del
ser humano y terminan por reflejarse en nuestra vida. La última palabra de
Cristo no fue vocalizada sino expirada, y con aquella expiración regresó el
Espíritu al mundo, que tampoco podemos ver. Y el amor del Padre, o su
misericordia… Incluso muchos actos de la creación son para nosotros
imperceptibles: el trabajo de las abejas, la formación de una nube, el final de
un arco iris, la germinación de una semilla, el viento, la brisa, el calor…
Si me encierro en la experiencia estoy sometiendo mi realidad, y me estoy
perdiendo lo más bello de la vida. Jesús nos invita, como a Tomás, a poner
nuestras manos en la vida, en la creación, en el hermano o en la hermana, en la
Iglesia, en la fuerza, el optimismo, la alegría, aunque también en la
necesidad, en la pobreza… Este Dios nuestro que quiso tocar nuestra historia
encarnándose y viviendo como nosotros nos levantó, nos curo, nos ayudó…
mientras vivió entre nosotros, y ahora que resucitó y subió al Padre nos sigue
tocando a través de nosotros. Pon, pues, tus manos en la vida, en la humanidad,
y hazlo con profundidad, y cuando alcances lo profundo, cree. Y abre tus ojos a
la experiencia de la creación y ten fe, tanto en lo que llegas a ver como en lo
que queda oculto.
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