JUAN
3, 16 – 21: Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo
unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida
eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado, pero el que no
cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de
Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la
humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos. Pues
todo el que hace lo malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que
sus obras queden al descubierto. En cambio, el que practica la verdad se acerca
a la luz, para que se vea claramente que ha hecho sus obras en obediencia a
Dios.
San Agustín entendió la relación entre las
personas de la trinidad bajo la cobertura del amor, así como nosotros tenemos
la necesidad de amar, de ser amados y de dar amor, podemos entrever la relación
celestial. El Padre, es el que ama (el amans) y el Hijo es el amado (amatus) y
entre ellos hay una relación especial de amor (por el Espíritu), pero además,
para que este amor no se convierta en un ejercicio egoísta y por lo tanto
incompleto, debe proyectarse hacia afuera, por tanto en beneficio nuestro. Ésta
sea quizás la fórmula más clara y sencilla de entender este tanto amor de Dios
hacia el mundo.
Un amor que además salva, y una salvación que actúa en nosotros también de
esta misma forma que con el Hijo para que se proyecte hacia afuera, hacia el
prójimo. Entonces, nosotros nos movemos entre dos polos mientras vivimos:
podemos escoger este amor perfecto que tiene su prolongación en los hermanos, o
podemos vivir de una manera egoísta, sin proyección, en la que esa relación de
amor se queda entre el Tú y el Yo. ¿Quién no ha visto una relación entre dos en
la que uno termina absorbiendo al otro? Paulatinamente uno de los amantes se va
quedando sin amigos, sin tiempo libre, sin familia… y termina actuando a la
sombra de ese amor esclavo: es una relación imperfecta y egoísta.
La actividad amante lo determina todo, porque necesariamente todos y todas
queremos sentirnos amados y también todos queremos ofrecer amor. Pero siendo
una necesidad universal muchas veces termina por resultar que se ejerce dentro
de unos límites egoístas, esto ocurrirá cuando Jesús o Pablo hablan de la Ley
como un elemento que termina con la gratuidad de las relaciones, y que es
necesario superar ese estadio para regresar al amor. En nuestro tiempo cada
cual puede poner el ejemplo que quiera, pero sigue siendo igual de cierto:
condenamos la orientación sexual, negamos la eucaristía a un separado,
complicamos en acceso a las vocaciones, y más allá de lo religioso existe todo
aquello que impide tanto el amor entre culturas como el agua, la comida…
bloqueos.
A mi sabría mal tener que abrirme paso a empujones, aunque muchas veces
pienso que al final es lo que quieren, o es la opción que nos dejan.
Ciertamente vivimos en un amor incompleto, por más que quieran decirnos lo
contrario. Me gustaría orar porque toda esta maraña que impide que el amor
llegue al amado (o a la amada), porque si mi necesidad de amar no encuentra a
ese quien, terminaremos por fustrarnos. ¿Acaso ya lo han conseguido?
No hay comentarios:
Publicar un comentario