JUAN
10, 11 – 18: »Yo soy el buen pastor. El
buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado no es el pastor, y a él no
le pertenecen las ovejas. Cuando ve que el lobo se acerca, abandona las ovejas
y huye; entonces el lobo ataca al rebaño y lo dispersa. Y ese hombre huye
porque, siendo asalariado, no le importan las ovejas. »Yo soy el buen pastor;
conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí
y yo lo conozco a él, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no
son de este redil, y también a ellas debo traerlas. Así ellas escucharán mi
voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor. Por eso me ama el Padre: porque
entrego mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la
entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo
también autoridad para volver a recibirla. Éste es el mandamiento que recibí de
mi Padre.»
Hace unos 8 años tuve una experiencia de encuentro con un pastor de ovejas,
un hombre rudo del pirineo aragonés de aquellos que llevaba aún el zurrón y la
bota de vino. Aquellas ovejas, que campaban a sus anchas comiendo pasto, sólo
obedecían a golpes, ya fuera a gritos, a varazo o con los perros, a patada o a
mordisco aquella animalada se iba haciendo rebaño. Algunos dirían, si Jesús es
como este buen pastor, yo no quiero saber nada de él, porque si la analogía nos
sirviera, diríamos que quién puede creer en un Dios que nos trata a patadas. Y
aquel hombre, que hacía su oficio, estoy convencido que también daba la vida
por sus ovejas. A veces, el amor de este pastor es un poco extraño, pero será
que en el fondo y a pesar de los golpes, todo pastor vive la responsabilidad de
su rebaño.
Bueno, me queda el consuelo de que nosotros sí respondemos a este buen
pastor que nos llama por nuestro nombre, que nos conoce y que mantiene una
relación especial con cada uno de los que formamos, más que el rebaño, la familia
cristiana. Los rabinos, quizás también porque pastores y ovejas mantienen esta
extraña relación sea el tiempo que sea, o por la suciedad de las ovejas, no
consideraban digno trabajar como pastor, por ello… la figura del pastor aparece
muy pocas veces, aún ser un oficio muy extendido, desde Abraham a Moisés, que
también fue pastor del pueblo.
Las ovejas del Israel de Moisés eran tercas, duras de cerviz, siempre
quejándose del Dios liberador, del viaje por el desierto, o del mando de
Moisés. Nosotros, a veces también somos unas ovejas quejosas, complicadas,
difíciles. Hoy en día, el rebaño de muchas comunidades anda disperso, y muchas
ovejas se han perdido ¿y quién hay para dar su vida por todas estas
descarriadas? Quizás vivimos en un tiempo en el que cada uno debe ser también
pastor del otro, y dar su vida para regresar a quienes pueda, porque el deseo
de compartir la vida llama a esa voluntad de recogimiento y de reencuentro en
el rebaño. Y no es que el rebaño deba ser un lugar de sometimiento, ni de
sumisión, sino un pasto en el que comer y beber sacie el cuerpo y el espíritu,
en el que hallar amistad, paz, intimidad…
Hay muchos rebaños, también muchos pastores, pero sólo un Señor, que es el
amo del pasto. Todos podemos entrar o salir, quedarnos o incluso decir no. Y el
propietario de esta parcela sólo quiere compartir con el rebaño la felicidad
que es celebrar la vida, porque este Señor ha vencido por nosotros. Seguramente
habrá ovejas, pero también debe haber leones, tigres, pájaros, perros… la
comunidad cristiana somos una buena fauna, pero de esa multiplicidad de
miembros así las muchas formas de celebrar, de servir, de amar.
Y todos y todas damos la vida por los demás, por la familia y hasta por
quienes no nos conocen, o no nos quieren conocer, porque este pasto es para
todos, es para compartirlo, es para darlo. Que del ejemplo de este buen pastor,
hagamos nosotros con los demás.
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