JUAN
12, 24 – 26: Ciertamente les aseguro que
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero si muere,
produce mucho fruto. El que se apega a su vida la pierde; en cambio, el que
aborrece su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. Quien quiera
servirme, debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará mi siervo. A
quien me sirva, mi Padre lo honrará.
Podríamos decirle a cualquier cristiano que la parábola del grano de trigo
que cae al suelo es una invitación de Cristo a adentrarse en la vida, a
participar de ella con el resto de seres humanos y a compartir el don preciado
que es cada uno en la realidad donde vive, desde la más próxima hasta la más
lejana. El que quiera ser seguidor de Jesús será aquel que se entrega a la
vida, que se adentra en atender ese misterio del ser humano y que lo sigue
acompañando a muchos en su muerte para llevarlos a resurrección.
El evangelista es muy duro cuando declara sobre el aferrarse a la vida, o
el disfrutar del mundo, aunque debemos entenderlo en su contexto. Decir esto
mismo hoy es caminar hacia una secta. El mundo, como las personas, está a
nuestro alcance para amarlo, para descubrirlo, para cuidarlo, para vivir en él.
Podríamos decir que ningún cristiano debe apartar su mirada del mundo, porque
en nuestro tiempo, los que aborrecen la vida son todos aquellos que apartan su
mirada de las carencias, desigualdades, injusticias… Tampoco podemos apartar
nuestra mirada del ser humano, frágil y necesitado de amor. Prefiero perder la
vida amando al mundo y al ser humano que ganar la eternidad despreciándolo.
Pero vamos a la par, diría. Y el trabajo de algunos es hacer que odiemos la
Tierra y a la persona. Cuidado con los pobres, con los enfermos, con los
drogadictos, con los alcohólicos, con los que viven en barrios conflictivos,
con la Mina, con las 3000 viviendas, con Pitis. Al tanto con los divorciados,
con los homosexuales, con los adúlteros, con la juventud. Vigilad al musulmán,
al kurdo… Si hay marginalidad es por desprecio; si hay falta de oportunidades
también es por desprecio; si no hay acuerdo entre países, entre religiones…
igualmente es por desprecio… Nos han enseñado a despreciar el mundo.
Este es el mensaje de Cristo para hoy, que el grano de trigo muera, que la
situación en la que vive el ser humano termine, se acabe, finalice, y muriendo
llegue a dar mucho fruto. Y mucho fruto es redescubrirnos, renacer a la
esperanza de ver iguales todos los colores, de prestar ayudas y no
impedimentos, de devolver tierras, de reforestar el planeta, de vigilar las
aguas, de respetar la vida. Pero si el grano de trigo no muere se queda solo,
como estamos. Los católicos por un lado, los protestantes por el otro; las
grandes economías a lo suyo, las restantes a remolque… solos, sin contacto, con
el corazón de piedra.
No nos vale el pensarlo, el esperar a otra cosecha, hacer nuevos propósitos…
sólo morir. Morir, en Cristo, sabemos que no es nada malo sino que nos abre a
la vida, por eso donde Él está también está su siervo.
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