MATEO
23, 27 - 30: »¡Ay de ustedes, maestros de
la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera
lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de
podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos pero
por dentro están llenos de hipocresía y de maldad. »¡Ay de ustedes, maestros de
la ley y fariseos, hipócritas! Construyen sepulcros para los profetas y adornan
los monumentos de los justos. Y dicen: “Si hubiéramos vivido nosotros en los
días de nuestros antepasados, no habríamos sido cómplices de ellos para
derramar la sangre de los profetas.”
Jesús recrimina a aquellos que con su testimonio prosiguen la obra de los
antecesores, quienes perseguían, calumniaban y mataban a los profetas que
hablaban Palabra de Dios entre el pueblo. A veces era por causa de la envidia,
otras por causa de la misma palabra (que era de denuncia social), otras por
causa política… todos perseguidos, todos ninguneados, todos apartados porque su
voz, que era la de Dios, contenía la verdad: que mientras las clases política y
religiosa vivían entre toda opulencia, el resto del pueblo pasaba hambre
(física y espiritual). Así, el profeta denunciaba aquella situación social,
reclamando un retorno a Dios con un sinfín de oráculos de denuncia.
Parece como si Jesús, hoy, estuviera lanzando el suyo. No obstante, detrás
de toda denuncia hay misericordia; después de todos estos ayes contra escribas,
fariseos y maestros de la Ley la salvación de Dios no se esconde de nadie, se
hace accesible a todos, y aunque el final sea de salvación eso no impide que
Jesús levante el dedo y señale a estos culpables que fueron puestos para bien
del pueblo y que en lugar de darles bien sólo se enriquecían. Misericordia
quiero, desde luego, pero a cada cosa llamémosla por su nombre.
Jesús fue en ese sentido muy cercano a otro gran hombre de paz: Ghandi.
Este sabio que estaba a favor de la paz, también era partidario de luchar por
ella si era necesario. La paz, pues, como la misericordia no siempre vienen a
través de la sonrisa, de la sensibilidad, de un abrazo… sino que muchas otras
viene a través de la disputa, del encuentro, de la confrontación. Esto es, que
si bien un cristiano debe orar por todas las situaciones y debe poner su
confianza en Dios, también debe ser capaz de denunciar, de pelear, y de no
rendirse ni ante la violencia, ni ante el opresor.
El cristianismo es valentía, y esta expresión de personalidad muchas veces
proviene desde un grito, una orden, una bofetada, una expulsión o un suspenso.
Porque el amor, aún el supremo amor, pasa también por decir la verdad o por
decir verdad. No nos asuste esa cara B de la cristiandad, esa que no gusta
tanto llevar a la luz, nuestros enfados, discusiones, enfrentamientos… tampoco
temamos llevar la verdad hasta la más alta instancia, porque el deber del
cristiano pasa por el amar y por el
denunciar.
Mi otra mejilla puedo ponerla con pasividad, esperando que me vuelvan a
golpear, o puedo ponerla activamente, esto es, reivindicándome, plantándome,
posicionándome y por más que me golpees no voy a bajar la cabeza, a rendirme, o
a caerme y aún si me caigo ahí tienes mi otra mejilla y me vuelvo a levantar. Esa
mejilla se erige como símbolo de denuncia ante la violencia, también puede
hacerlo como símbolo de muchas otras (maltrato, abuso…).
Y si su mejilla enrojece, o si finalmente sangra, que su lucha no sea por
nada, pues aún heridos merece la pena el daño si éste fue por amor.
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