MARCOS
7, 1 – 8: Los fariseos y algunos de los maestros de la ley
que habían llegado de Jerusalén se reunieron alrededor de Jesús, y vieron a
algunos de sus discípulos que comían con manos impuras, es decir, sin
habérselas lavado. (En efecto, los fariseos y los demás judíos no comen nada
sin primero cumplir con el rito de lavarse las manos, ya que están aferrados a
la tradición de los ancianos. Al regresar del mercado, no comen nada antes de
lavarse. Y siguen otras muchas tradiciones, tales como el rito de lavar copas,
jarras y bandejas de cobre) Así que los fariseos y los maestros de la ley le
preguntaron a Jesús: —¿Por qué no siguen tus discípulos la tradición de los
ancianos, en vez de comer con manos impuras? Él les contestó: —Tenía razón
Isaías cuando profetizó acerca de ustedes, hipócritas, según está escrito:
»“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En
vano me adoran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas.”
Cuando un cristiano habla de la comida, seguramente haga referencia al
evento principal, o por excelencia, de la celebración, o del encuentro (que
también es de celebración), porque posiblemente estemos hablando de la
eucaristía. En nuestra sociedad, esto de comer es muy divertido: algunos quieren guardar las
formas, otros buscan la excelencia, los hay que lo hacen rapido para marchar a
la tv, los hay que piden silencio y quienes aprovechan para hacer una especie
de cónclave de la familia... Los cristianos tambien tenemos en esto del comer
todo un simbolismo, pero en el fondo y viendo nuestras eucaristias: Que cada
cual coma como le de la gana, caramba!!
Sabemos que las reglas humanas, aquellas que decimos: como Dios manda, más
que acercar están alejando a las familias de la mesa de la eucaristía. Sí,
podemos aún decir que hay muchísimos creyentes que siguen reuniéndose en torno
al altar, pero siendo honestos también diríamos que asistimos, cada día, a
alguna nueva huída. Las discusiones sobre cómo hay que hacer, cómo vestir, cómo
acercarse, cómo presentarse, cómo rezar… son como espantapájaros. Cuando digo:
que cada uno coma como le dé la gana, reivindico la absoluta libertad de cada
individuo para presentarse, dirigirse o estar ante Dios celebrando la fiesta de
la eucaristía, que es también la fiesta con los hermanos. Sólo si me siento
cómodo, a gusto, bien, comprendido, aceptado, amado estaré con ustedes en la
mesa y comeré y beberé.
Jesús nos diría algo así como: déjense de manos limpias, o impuras, y
denles ustedes de comer! Porque lo realmente importante pasa por recuperar al
ser humano, que se dispersa por el mundo en busca de lo trascendente. Lo
realmente importante es que quizás no sea esta generación, pero que los hijos,
las hijas y los hijos de estos recobren el sentido de amor que Dios ha querido
para el mundo y todo pasa por la mesa. Porque en la mesa, cuando hay fiesta, se
reúne toda la familia. Y la mesa es el lugar de las confidencias, el momento
para explicarnos cómo estamos, cómo nos va; es el momento de conocernos y si
queremos ser comunidad debemos traspasar lo más cordial de la velada para llegar
a lo profundo del corazón: así seremos hermanos.
Y, termino, no es que haya mesas de los creyentes, de los no creyentes, de
los buenos, de los que no lo son… sino que sólo una única mesa, universal, en
la que todo lo que se sirve pasa por el amor de los unos y los otros, todos
invitados, todos comensales, todos con un lugar (un buen lugar) en la fiesta.
Que la mesa sea un lugar de encuentro y no uno de discordias; que sea un
motivo para servir a los demás; que sea una oportunidad de abrir nuestras
fronteras; que sea un camino que nos conduzca a la celebración; que sea un
justo ejemplo de Cristo.
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