JUAN
6, 51 – 56: Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno
come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que
el mundo viva. Los judíos comenzaron a disputar acaloradamente entre sí: «¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?» —Ciertamente les aseguro —afirmó Jesús—que
si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen
realmente vida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo
lo resucitaré en el día final. Porque mi
carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne
y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.
La forma en que la tradición cristiana ha respondido a esta pregunta: ¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?, ha sido variada y a la vez complicada:
transubstanciación, consubstancialidad, la visión simbólica, la visión realista…
y toda esta terminología para finalmente decir que esta forma de dar de comer
se realiza mediante la entrega, Nowmen dirá que ese pan somos nosotros,
escogidos por Dios. Luego, claro, podremos hablar de momentos en el culto
eucarístico, pero lo fundamental de la pregunta que aparece en este texto viene
de la alimentación a los cinco mil, cuando Jesús dice a los suyos: dadles
vosotros de comer.
Alguien llamó a estos discípulos a ser eucaristía, a repartirse en el mundo
para alimentar a las multitudes dándose como pan, ofreciéndose como sustento.
Hay muchas, muchas formas de dar de comer nuestra carne: podemos hacer
compañía, podemos ser de ayuda, podemos leerle a un ciego, invitar a quien lo
necesite a comer en nuestra casa, darle nuestra ropa a otro, ofrecer nuestros
servicios… Habrá quien diga que en último grado podemos ofrecer la vida, pero
la vida tenemos que ofrecerla siempre. Ofrecer esta vida no quiere decir
terminar con ella, sino ser generosos, desmedidos, implicados, sufridos… Es
darte todo mi amor, lo más íntimo de mí, lo que soy, para ti; sin precio, sin
nada a cambio, aunque las cosas salgan mal.
Pienso en este pasaje como algo que ver con aquel de la viuda pobre, que de
su sustento dio todo lo que tenía y creo que algo así debe ser el pan de vida.
Porque el pan de vida no puede quedarse en un ideal, en algo abstracto, porque
entonces ese bocado muere con nosotros. El pan de vida nos ofrece algo
especial, algo singular para el alma, para el corazón y nos llama para hacer de
nosotros algo comestible, apetecible, disponible.
Y dar de comer debe (debería) dejar satisfecho al que come. Este pan de
vida que se reparte por el mundo llena, por tanto debe ser algo más que
ingerir, que el acto físico de comer, cuando coman de su pan hagan que sus
invitados se encuentren llenos, complacidos: gracias por darme de este pan
tuyo, porque tu pan me da vida.
El texto de la alimentación dirá que de la multiplicación de los panes,
después que comieron sobró. Siempre sobra, ¿verdad? ¿acaso no recuerdan,…?(dirá
Jesús).
Que puedan dar de comer, que ese pan que ofrecen se asiente en las personas
y las deje satisfechas, y que puedan recoger lo que sobra para ponerlo en
canastas y seguir en este camino que es el compartir nuestras vidas, entregando
nuestro pan como el que entrega su amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario