MATEO
22, 1 – 10: Jesús volvió a hablarles en parábolas, y les
dijo: «El reino de los cielos es como un rey que preparó un banquete de bodas
para su hijo. Mandó a sus siervos que llamaran a los invitados, pero éstos se
negaron a asistir al banquete. Luego mandó a otros siervos y les ordenó: “Digan
a los invitados que ya he preparado mi comida: Ya han matado mis bueyes y mis
reses cebadas, y todo está listo. Vengan al banquete de bodas.” Pero ellos no
hicieron caso y se fueron: uno a su campo, otro a su negocio. Los demás
agarraron a los siervos, los maltrataron y los mataron. El rey se enfureció.
Mandó su ejército a destruir a los asesinos y a incendiar su ciudad. Luego dijo
a sus siervos: “El banquete de bodas está preparado, pero los que invité no
merecían venir. Vayan al cruce de los caminos e inviten al banquete a todos los
que encuentren.” Así que los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos
los que pudieron encontrar, buenos y malos, y se llenó de invitados el salón de
bodas.
La verdad es que esta parábola podríamos aplicarla perfectamente, y cada
cual, a su Iglesia. No a todos, por supuesto, pero sí ante la falta de
personas, de creyentes, que deseen compartir con sus hermanos y hermanas un
lugar en la asamblea. Podríamos aventurarnos a decir, también, que aunque la
Iglesia fuera ese Rey, por más que sus siervos salieran a buscar a la calle a
personas para llenar el salón tampoco encontrarían a muchos ni en los cruces,
ni en los pueblos. Quizás deberíamos llevar nuestra reflexión al banquete, o
quizás tendríamos que agarrar el hilo de las excusas de los que no fueron.
Quizás nuestra atención verse sobre aquellos que podemos encontrar en la vida
que vendrán al banquete y llenarán el salón.
Es de dominio público que la Iglesia, en muchos lugares, ya no mata bueyes
o reses cebadas, ni prepara con esmero, con delicadeza, la mesa del banquete. En
lugar de vino hay dogmas, en lugar de comida hay liturgia, y en vez de sillas
hay rechazo e intransigencia. Sí, existen mesas preciosas en las que hoy
podemos comer, pero no son en la mayoría el banquete que nos encontramos. Lo
más normal en nuestro tiempo se llama secularización, y esto es algo así como
aquellos que no hicieron caso; el agnosticismo, o el ateísmo en cambio, serían
aquellos que agarran a los siervos y los maltratan o matan. Al extremo me
entienden, la verdad es que cuando uno deja de preparar su mesa hay muchas
consecuencias, entre las cuales la gente que deja de acudir. ¿Y cómo la comida,
el banquete, o en definitiva la eucaristía ya no existe para muchos?
Quizás antes pudiéramos encontrar en los cruces a aquellos que llenarían el
salón, pero ahora pienso que sólo en los cruces, como en las calles, como en
los pueblos, hallamos continuamente a todos éstos que viven decepcionados con
el banquete, sin entusiasmo. Y no podemos culparlos, ni podemos quejarnos, ni
podemos enfadarnos, ni podemos juzgarlos… ¿cómo no comprenderlos?
Quisiera ser hoy muy breve, tomarme un tiempo de silencio para mirar la
mesa, contemplarla vacía, sin comida, sin gente. ¿Esto es la eucaristía?¿Así es
el memorial de Cristo? La mesa es el símbolo tradicional de unión de las
familias, así recordamos la navidad por ejemplo, y cuando vemos que en la mesa
falta alguien, hay un vacío (una tristeza), pero hay un deseo de que para la
próxima aquel que faltó pueda estar con nosotros.
Este es mi deseo, que sean capaces de ver los espacios libres en la mesa
para echar de menos a los que no están. Desearía que estuvieras conmigo,
celebrando la vida, hablando, mirándonos, comiendo, te encuentro a faltar, te
extraño, quiero que vuelvas.
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