MATEO
18, 15 – 20: Si tu hermano peca contra
ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu
hermano. Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se
resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”. Si se niega a hacerles
caso a ellos, díselo a la iglesia; y si incluso a la iglesia no le hace caso,
trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado. Les aseguro que todo lo que
ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en
la tierra quedará desatado en el cielo. Además les digo que si dos de ustedes
en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será
concedida por mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres se reúnen
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
La mediación siempre ha sido un elemento crucial a la hora de solucionar
conflictos. A veces han sido domésticos, otras internacionales, pero la
presencia de esta persona capaz de gestionar la dificultad permite redirigir
multitud de situaciones de guerra, violencia, drama, enfado… En este texto,
además, el evangelista nos propone la figura de la comunidad, también, como
instrumento para la mediación. El perdón no es exclusivo de un ministro sino
que perdonar podemos hacerlo todos y aunque venga, o no, en nombre de Dios,
tiene una parecida capacidad para dar descanso.
Nosotros tenemos muy arraigada la parábola del hijo pródigo cuando queremos
ejemplificar esta separación que provoca la discordia y la capacidad de perdón
del padre. ¿Siempre hay perdón? Bueno, es una parábola. Lo cierto es que muchas
veces los cristianos obviamos esa responsabilidad hacia la reconciliación,
entonces discutimos y dejamos de hablarnos, o nos hacemos daño y no somos
capaces de pasar página. Es un mal que nos asola a todos, seamos creyentes o
agnósticos, y que nos provoca dolor y sufrimiento, mal estar, incomodidad,
cerrazón… cuando no existe capacidad de perdón vivimos sujetos a un nuevo
opresor, cruel y salvaje, que nos conduce por los desfiladeros del resentimiento,
por un sendero vacío, frío, desolado.
No existe la lógica del perdón, el ser humano siempre queda expuesto de un
modo distinto a cada situación. Uno puede pasarse cuatro días en oración,
escucharse un audio de los monjes tibetanos, concentrarse en la meditación más
profunda, o ahogar la casa con olor a incienso, que ante la ofensa volvemos a
estar desprevenidos, como aquel muchacho al que cada mañana le roban el
bocadillo en la escuela y sólo puede llorar.
Claro, perdonen… siempre perdonen. No es fácil poner la otra mejilla,
tampoco lo es caminar con nuestro ofensor, ni compartir con quien nos quita.
Quizás tendremos que terminar medicándonos para frenar todo enojo… Bien, el
ideal cristiano (como el de muchas religiones) es la paz, el perdón y la
felicidad (la vida en Cristo). Aunque a la luz de la realidad tendríamos que
afirmar que este ideal cristiano convive con su lado oscuro, y si bien
antagónico resulta que en cierto modo nos propone una amistad. No puedo decir
que alguien no sea de Cristo porque se enfade con aquel, porque no perdone a
aquella, porque tenga resentimiento o porque fastidie a los demás… la realidad
me invita a reconsiderar ese ideal.
Y no es nada malo, porque en esta vida tendremos que dejar que caigan
muchos ideales y de cómo aceptemos esa otra reconciliación entre vida y sueño
dependeremos nosotros mismos. No reprueben a nadie, no lo aparten, no lo traten
como a un incrédulo y más bien mirémonos a nosotros mismos, quizás también
equivocados.
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