Juan 1, 29 - 34 Al día
siguiente Juan vio a Jesús que se acercaba a él, y dijo:
"¡ Aquí tienen al Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo! De éste hablaba yo cuando dije: ' Después de mí viene un hombre que es
superior a mí, porque existía antes que
yo.' Yo ni siquiera lo conocía,
pero, para que él se revelara al pueblo de Israel, vine bautizando con agua." Juan declaró:
" Vi al Espíritu descender del cielo como una paloma y permanecer sobre
él. Yo mismo no lo conocía, pero el que
me envió a bautizar con agua me dijo: aquel sobre quien veas que el Espíritu
desciende y permanece, es el que bautiza
con el Espíritu Santo.' Yo lo he visto y por eso testifico que éste es el Hijo
de Dios."
El evangelista
nos sigue adentrando en el misterio de la encarnación de Dios en Jesús. En este
pasaje lo hace a través de la imagen del cordero, por analogía al cordero
pascual sacrificado por los israelitas antes de la salida de Egipto. El eterno
dilema que nos lleva directamente de nuestros propios Egiptos, aquellas
circunstancias que nos tienen sometidos, apresados, agotados… para proponernos
ahora una liberación definitiva gracias a este nuevo sacrificio, a esta Nueva
Alianza que inaugura Jesús, el Señor.
Esta vez,
además, estamos ante un nuevo pacto irrompible, perdurable, inconmovible,
seguro y eficiente. Jesús viene en forma de cordero, como siervo sufriente,
para entregarse a la humanidad como proyecto de liberación. El Bautista, su
anunciador, muestra ese convencimiento de quien tiene la seguridad en su
corazón de que Jesús es quien todos esperamos, pues su llegada al ser humano se
prolonga a lo largo de los años, a lo largo de los tiempos, en una sublime
diacronía instaurada desde el momento de su resurrección. Nuestra mayor
esperanza, estar con Él.
Es curioso que mientras Juan muestra el
desconocimiento del Bautista respecto de Jesús, el evangelio de Lucas nos
acerque el salto de las dos criaturas en la visitación de María a Isabel, su
prima. ¿Sería descabellado pensar, por ello, que Jesús y Juan no se habrían
conocido, jugado, abrazado…? Quedará como ejercicio de nuestra imaginación o de
nuestras intuiciones el encontrar esa participación de uno en la vida del otro.
Aquí, el evangelista, no da tanta importancia a otro hecho que el del Verbo
encarnado, el Dios que pasa a través de la carne de Jesús. Juan va directo al
grano, lo más importante de este primer capítulo es la divinidad del Jesús
carne, hombre como Hijo de Dios. De ahí la complicidad de la visión del
Bautista, quien ve descender el Espíritu sobre Él. Éste es el Hijo del
Altísimo, el que estábamos esperando.
Hoy, nosotros,
tenemos una opción privilegiada de poder ver a ese mismo Espíritu descender de
nuevo. Lo hace sobre cada persona, cada individuo, cada ser humano que acepta a
Jesús en su corazón y lo prueba con su actitud, cariño, entrega, solidaridad,
dedicación. Hoy vemos a esa paloma anunciadora en forma de Amor. El que Ama, conoce
a Dios y es Hijo de Dios, estas mismas palabras las volverá a utilizar el
evangelista como leif motiv de su teología. La condición indispensable de un
Hijo de Dios es el Amor por sus hermanos y hermanas, por el mundo que le rodea,
por la vida de la fauna, de la flora…
La gran
cualidad que Jesús entrega al ser humano es posibilitarlo hacia esa filiación
divina, compartida con Él para formar parte de esta nueva familia que en
Cristo, busca moverse con esa nueva sensibilidad que nos otorga el Amor.
El mensaje del
evangelista vuelve a cobrar fuerza: a algunos nos recuerda que a pesar de
nuestros egiptos siempre tenemos al Cristo que nos libera; a otros recuerda que
la alegría del ser Hijos de Dios se transmite con Amor y es fuente de esperanza; a otros los
invita a contemplar el maravilloso espectáculo de ver a tantas palomas posar
sobre las cabezas de unos y otros, nuevos miembros, nuevos Hijos; a otros les
da claridad, autonomía, testimonio, seguridad.
Jesús nos
revela nuestra verdadera naturaleza, somos Hijos de Dios. Por tanto, amados por
este Padre/Madre que vive en nuestro interior, que habita más allá de los
cielos, que es cercano y a la vez tan misterioso, que nos ayuda y también se
calla. Oh! Gran misterio este que habita en mí, Hijo del Amor de un hombre y
una mujer, Hijo del Amor trascendente de un Padre divino. Que aprenda a dar la
bienvenida al mundo a cada nuevo Hijo o Hija, que pueda alegrarme con ellos,
compartir mesa, celebrar la vida, contemplar la obra de este Dios nuestro.
Amados y
amadas, hoy recordamos que somos Hijos e Hijas fruto de esta doble paternidad,
la humana y la divina. Que lo divino que habita en ustedes, entonces, sirva a
lo humano para hacerlo más sensible, más dispuesto, más abierto, más conento.
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