Marcos 6, 34-44: En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de
ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma. Cuando se hizo tarde se
acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado, y ya es muy tarde.
Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de
comer.» Él les replicó:
«Dadles vosotros de comer.» Ellos
le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles
de comer?» Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.» Cuando
lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces.»
Él les
mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se
acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los
dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y
se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos
los dos peces. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce
cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
El gran milagro der los cinco panes y dos peces, la
alimentación a los 5000, pero de este pasaje de hoy quisiera quedarme un poco
en esta primera parte del texto, que describe una, creo, de las cualidades
diferenciales de Jesús. El evangelista, que dramatiza la escena y la prepara
para la explosión de la multiplicación, nos presenta a un Jesús, maestro, pero
de la calle, de la gente.
Si yo suprimiera del texto los términos lástima y
ovejas sin pastor, vería una imagen limpia de un Jesús que comparte con un
determinado grupo algo determinado. ¿Qué sería? Del cierto no lo sabemos,
aunque podríamos intuir que presumiblemente estaría hablando de cómo vivir esta
vida a este grupo determinado de personas que caminaban con él.
Jesús no guarda sus conocimientos para ningún recital
en la Sinagoga, tampoco se reserva para intervenir en las plazas, lugares de
confluencia del antiguo Israel, no programa un espacio ideal, un momento
específico ni un público determinado. Jesús, que en pasajes anteriores dijo a
sus primeros discípulos venir a ver, hace precísamente eso. Y mientras comparte
cualquier momento normal del día, de sus actos, de sus formas o de sus palabras
surge esa especial conexión con los que estaban cerca de Él.
Suponer que Jesús era un gran comunicador está por
demás. Jesús, ante todo, era una persona que se gozaba en la posibilidad de
compartir esa sabiduría del Reino de Dios en las situaciones más normales de la
vida, aquellas que pasan desapercibidas, casi en silencio. Para Jesús cualquier
tiempo es precioso para poder hablar del Padre, de la libertad, del Amor... Con
calma, sin precipitarse, sin juzgar, sabiendo que no todo el mundo tiene el
mismo grado de comprensión, por tanto fácil en cuanto a lo cortés y una persona
capaz de mostrar empatía por quienes están a su lado.
De este Jesús de hoy aprendemos a invertir el tiempo,
todo el tiempo, a no hacer reservas, a no desear el gran auditorio, el mejor
público, el lugar de mi espectáculo. Todas esas veces que estamos callados, que
en el trabajo no somos capaces de dirigirnos al de al lado, al compañero o
compañera. Todas esas veces que en nuestra casa, con nuestra familia, no damos
una palabra de consuelo, de ayuda, de amor. Esas otras veces que esquivamos el
encuentro, que nos escapamos de aquella persona porque es muy pesada o muy
llorona o muy cansina... Incluso todas esas veces que pudiendo decir no decimos
y pudiendo hacer, no hacemos.
El milagro de la multiplicación de los panes y los
peces no se va a realizar sin esta primera intervención de Jesús hacia la
gente. Y es hacia la gente donde tenemos que ir, que trabajar, que amar, que
enseñar y que escuchar (y a prender). La dirección hacia donde se realizan los
milagros es hacia el ser humano, hacia la persona. El fundamento de Jesús, la
encarnación de Dios mismo es siempre en beneficio de la humanidad, es por
nosotros que Dios se hace hombre y vive y sufre y muere.
Que sea por vosotros. Que podamos ser más comunidad,
que el Cristo interior se manifieste en el contacto. Toquen, abracen, agarren
del brazo si es menester y sacudan al prójimo, agítenlo, muévanlo y compartan
con él, con ellos y ellas, la alegría del Evangelio. Creer en Cristo hoy nos
lleva a compartir diálogo, experiencia, enseñanza, vida en definitiva.
Qué
mejor momento que éste, el que estoy contigo.
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