Marcos 2, 14 – 17: De nuevo salió Jesús
a la orilla del lago. Toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar
vio a Leví hijo de Alfeo, donde éste cobraba impuestos. —Sígueme —le dijo
Jesús. Y Leví se levantó y lo siguió. Sucedió que, estando Jesús a la mesa en
casa de Leví, muchos recaudadores de impuestos y pecadores se sentaron con él y
sus discípulos, pues ya eran muchos los que lo seguían.
Cuando los maestros
de la ley, que eran fariseos, vieron con quién comía, les preguntaron a sus
discípulos: —¿Y éste come con recaudadores de impuestos y con pecadores?
Al oírlos, Jesús les
contestó: —No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. Y yo no
he venido a llamar a justos sino a pecadores.
La tradición
mateana dirá al final de este pasaje para referirse a estos maestros de la ley
y fariseos: “Andad pues, y aprended qué cosa es: Misericordia quiero, y no sacrificio” haciendo referencia a un texto de Oseas que ya se reflejaba, pues, en la
tradición de estos mismos interrogadores pero que no habían alcanzado a tener
en cuenta. La voz del que fuera profeta de Israel cobra sentido en las palabras
de Jesús que les recuerda que la verdadera justicia es para Dios la
misericordia, la misma misericordia con la que el pueblo judío fue liberado de
Egipto. La misma misericordia que ha formado parte, siempre, de la relación de
Dios con su pueblo.
El pasaje refleja
perfectamente un apunte que el evangelista quiere destacar en el llamamiento de
Leví. Parecería más lógico que si Jesús era el mesías revelado, llamara para su
misión a aquellos quienes tenían la potestad de conocer las Escrituras, el
mensaje de Dios. Escribas, fariseos, saduceos... eran los guardadores de la Ley
de Dios y, por tanto, los más capacitados discípulos. Pero ninguno de ellos
cumplía con la voluntad de un Padre que, a lo largo de la historia, ha
necesitado recordar una y otra vez a este pueblo su gran misericordia. A pesar
de que el pueblo se dedicó a los ídolos, al becerro de oro, a la taurología,
que abrazó tradiciones como la cananea, que se prostituyó detrás de unos u
otros, que fue hostil a los profetas, que dudó de Moisés y de Dios mismo a
pesar de las muchas señales… y ahora también iba a dudar del Hijo, Dios se
sigue presentando como Padre de misericordias.
Es por ello que Jesús
hace un llamamiento en otro sentido, los sanos no necesitan de un médico. Está
claro que el mensaje de Jesús no puede llegar, en ninguna manera, a aquellos
corazones que no quieren recibirlo, tampoco a aquellos quienes creen saberlo
todo, tampoco a los que creen tener el favor de un Dios que no es sino un
ídolo. Sí, Dios puede llegar donde quiera, pero también respeta la decisión
humana, aunque esa decisión comporte apartarse de él. La llamada de Leví es,
por consiguiente, la consecuencia del rechazo de estos grupos. Jesús, pues,
busca un camino diferente que se abre paso desde la misericordia, actuando en
aquellos a quienes la religión había apartado para que a través del perdón
pudieran ser sal y luz a estos maestros de la ley.
Jesús acerca el mensaje
de Dios a un publicano y el publicano, transformado, lleno de gratitud prepara
a Cristo un banquete, la máxima celebración. Este recaudador de impuestos ha
pasado de una vida hostil a los brazos de la misericordia de Dios y quiere
celebrar. Surge en todo este proceso transformador una unión en plenitud de
gozo entre Dios y los hombres, que se saben amados. El amor, a través de la
misericordia, juega en este pasaje el papel liberador que no han llevado a
término estos maestros de la ley. El evangelista nos recuerda que somos
llamados a misericordia y a hacer misericordia. Si ayer nos llamaba al perdón,
hoy nos conmueve el corazón y nos acerca a los que han sido repudiados por la
sociedad.
En nuestro tiempo sigue
habiendo muchos repudiados: los grupos homosexuales y lesbianas, los
drogodependientes, los que tienen enfermedades psiquiátricas, los abuelos… a
pesar de los avances, de la ética, de la lucha por la igualdad, de los grandes
tratados de paz y a pesar de los reconocimientos civiles a los gays… lo cierto
es que se les sigue negando el acceso al mensaje de Jesús y no es que perdamos
miembros, sino que perdemos personas, seres humanos.
El evangelista nos
interpela a tomar una decisión y si decidimos por Cristo entonces debemos ser
movidos a misericordia. Pero no a misericordia para estos grupos sino para
nosotros mismos, que nos hemos atrevido a rechazar al ser humano porque Dios no
ha rechazado a ninguno de ellos. Que aprendamos hoy a buscar a sentarnos a la
mesa con Jesús y Leví, que están celebrando la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario