MARCOS
4, 26 – 34: Jesús continuó: «El reino de Dios se parece a
quien esparce semilla en la tierra. Sin que éste sepa cómo, y ya sea que duerma
o esté despierto, día y noche brota y crece la semilla. La tierra da fruto por
sí sola; primero el tallo, luego la espiga, y después el grano lleno en la
espiga. Tan pronto como el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha
llegado el tiempo de la cosecha.»
Hoy el evangelio nos
propone dos textos de carácter agrícola: el trigo y la cizaña y la parábola del
grano de mostaza que vamos a descartar porque me sería imposible abordarla hoy,
quizás para otro tiempo u otro momento encontremos el sentido. Quizás sean
ustedes quien lo encuentren y me lo envíen, ¿quieren?
Respecto a esta
parábola vamos a tener presente que el contenido no es introducido por Jesús
sino por el evangelista de un modo claro y contundente. Se trata de una
enseñanza general a la que los exégetas han dado diversos enfoques, algunos
alegóricos refiriéndose a la Iglesia y otros de carácter escatológico, pero
quisiera que nos quedáramos con este otro de los profesores de Salamanca:
1) Pura parábola. —Lo que se compara
no es elemento con elemento, sino dos situaciones. El Reino y una
estampa agrícola. En la narración de ésta, todo son elementos reales y
normales. El sembrador, una vez realizada la siembra, ya duerme o vele, ya se
preocupe o no, sabe que la simiente por sí misma (αυτόματη) germina. Marcos, con su
grafismo, pone la gradación tan
colorista de cómo se va produciendo la germinación: hierba-espiga-trigo-sazón
de éste. Y tan necesariamente sucede este germinar “automáticamente” de la
simiente, que, al llegar a sazón, ”se mete la hoz”: es la hora de la recolección.
Así sucede con el reino de
los cielos. A esta situación de la simiente que germina por sí misma,
según el curso normal de las cosas, por ese vigor virtual que ella
tiene, de igual modo sucede el germinar y desarrollarse del reino de los
cielos: el vigor interno vital de que está dotado le hará irse desarrollando necesariamente,
aunque posiblemente entra también en el contenido de la parábola el irse
desarrollando como la germinación de la simiente, gradualmente. No es el
hombre el que hace germinar ni desenvolverse ni la simiente ni el Reino, aunque
condiciones externas puedan favorecerlo, sino el vigor vital de que
están dotados. Un gran comentario a esta parábola son las palabras de San
Pablo, cuando escribe: “¿Quién es Apolo y quién es Pablo? Ministros según lo
que a cada uno ha dado el Señor. Yo planté, Apolo regó; pero quien dio el
crecimiento fue Dios” (Confer BIBLIA COMENTADA
PROFESORES DE SALAMANCA)
Las primeras comunidades o
por lo menos algunas de las primeras iglesias sabemos que llegaron a
interpretar mal la venida de Jesús, la parusía. La impaciencia de algunos, dicen,
llevó al evangelista a proponer en este pasaje la incerteza del tiempo en el
que había de ocurrir tal manifestación, pero fue también previsor y sabio en
una parábola como esta que invita a vivir en el mundo a pesar de lo bueno y lo
malo que hay en él porque no sólo desconocemos el tiempo de la parusía sino que
hay que empezar a ver la vida como un misterio del cual participamos.
Mi visión de esta parábola de hoy también tiene que ver con la Iglesia,
pero con la Iglesia que es la familia. El trigo y la cizaña crecen juntos y en
nada depende del sembrador, a éste se le dice que las deje crecer. La vida, es
un misterio y debe serlo. Pienso en los padres y en las madres, aunque también en
cualquier persona. Miren, sin preámbulos les diría dejen crecer a sus hijos e
hijas según este misterio vital, porque aunque velen o duerman el trigo y la
cizaña crecen juntos. Si ustedes sólo desean el trigo para sus hijos corren el
riesgo de cortar, de hacerles daño. En cambio sólo acompáñenlos en este tránsito
de la edad y sus etapas (algunas más difíciles que otras), para que cuando
llegue el momento de la siega, ese trigo encuentre el granero, que es la
familia. Aprendan ustedes a ser granero.
El Reino de los cielos dice el pasaje no interviene contra la libertad del hombre,
el trigo y la cizaña crecen juntos. También es un misterio. No todo tiene una
explicación fácil ni pronta, tampoco racional, simplemente no la sabemos, pero
la contemplamos y esta debería ser también nuestra oración, hacia el misterio.
A la gran pregunta: ¿ Por qué Dios permite las guerras, el hambre, la
injusticia…?, podemos responder: ¿ Por qué lo permite el hombre?. Acaso no
tienen ambos la misma responsabilidad? La forma de ver de Dios no es la
nuestra, aunque debemos saber que también Dios mira a través de nosotros y por
eso Dios tiene todos los puntos de vista, mientras que yo sólo tengo el mío (y
quizás el de mi alrededor). Todos los puntos de vista forman la interpretación
correcta, un punto de vista sólo malinterpreta porque es puramente subjetivo. El
trigo y la cizaña…
Aunque la parábola dice que la tierra da fruto por sí sola. Dentro del
ciclo de la vida surge otro interrogante, que el ser humano se encarga de
oprimir y surgen las desigualdades. Si República Dominicana, por ejemplo,
desarrollara todos sus recursos no formaría parte del tercer mundo. Si Francia
no hubiera deforestado Haití, hoy día no habría personas comiendo arena porque
no tiene más que comer… ¿Por qué lo permite el hombre? Dios permite la libertad
porque Él es generoso. La tierra da fruto porque hay corazones solidarios,
entregados, generosos, cordiales, inteligentes… El fruto es el amor.
Hay campos que ya están listos para la siega, pero mientras el hombre no
quiera pasar la hoz, seguirán viviendo en opresión, en corrupción, en
desigualdad, en hambruna… Que no se le vuelva a preguntar al Dios ¿Por qué? Cuando
esa respuesta la puede interpelar el ser humano. Es el si no de la libertad, en
la que hay trigo y hay cizaña.
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