MARCOS
4, 21 – 25: También les dijo: «¿Acaso se trae una lámpara
para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es, por el contrario,
para ponerla en una repisa? No hay nada escondido que no esté destinado a
descubrirse; tampoco hay nada oculto que no esté destinado a ser revelado. El
que tenga oídos para oír, que oiga. »Pongan mucha atención —añadió—. Con la
medida que midan a otros, se les medirá a ustedes, y aún más se les añadirá. Al
que tiene, se le dará más; al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le
quitará.»
La experiencia puede hacerme hablar de este
pasaje bajo la certeza de que sí, no hay nada que no venga a ser descubierto,
esta fue sin duda la primera verdad y una de mis primeras experiencias con
Dios. No veo este pasaje como algo necesariamente negativo, al contrario, este
pasaje nos acerca a la experiencia de Jesús, porque no hay nada de nosotros que
Él no conozca, este texto del evangelista nos dice que Jesús vive en nuestro
corazón y esa posición le permite descubrirnos como somos, denudarnos. Cuando
Jesús traspasa tu realidad, en ese mismo instante, alcanzaste la más plena
libertad. Es una libertad que uno ni imagina, que trastoca la vida por
completo, que te abre los oídos.
¿Les he hablado alguna vez de mi amigo Jesús? Bien,
va siendo hora entonces. La primera experiencia cercana a Jesús la tuve un mes
de enero hace ya más de 4 años a eso de las 5 a.m. en Mallorca, cuando desde mi
cama (por problemas de salud) y leyendo en pasaje de Juan 4, la mujer
samaritana, la vida se detuvo. Esa experiencia cercana se había vuelto cierta
y, no sólo cierta, viva, real. Aquella morada que decían que tiene Dios en
nuestro corazón se abrió de par en par y allí la voz del Cristo. No piensen que
la relación empezó con palabras suaves ni con ternura, tampoco hubo luz, ni
ángeles, ni tan siquiera música (como me hubiera gustado algo de música…. CHAN
CHAN CHAN!). Pero les puedo asegurar que esa palabra que Él me dijo cambió mi
vida por completo.
- Eres mentiroso! Caramba, menudo chasco… lo
primero que escucho del Señor es una bofetada de aquellas con la mano abierta
que te enrojecen el moflete. Imagínense, yo con la otra mano tapándome el bofetón,
rojo, avergonzado. ¿Será posible que nadie en la vida haya podido llamarme lo
que soy? Soy un mentiroso, mezquino y he llevado una vida de engaño y de
fraudes, una carrera que no hice, un trabajo que no tuve, una pareja que no
amaba, un dinero que no existía… Desde mis 18 años a mis 33 la vida que ha
corrido delante de mí la viví en un escenario “fantasma”, siendo quien en
realidad no era y actuando, eso se me dio muy bien.
Pero por primera vez en la vida alguien, desconocido,
me planta la verdad ante mí. Y no sólo me abre los ojos sino que además se
dispone a amarme como soy, mentiroso. Qué paradoja tan grande que este diálogo espiritual
tenga tal poder sobre mí que durante tantos años trabajé un papel que dominaba.
Qué grande!
Miren, mi experiencia (abreviada) me habla de un
poder, de una luz que habita en nuestro interior y que no podemos esconder. Yo
soy ese cajón o esa cama, desde luego no soy la luz, aunque tengo luz. Esta luz
se manifiesta como quiere, cuando quiere y a quien quiere, aunque todos tenemos
acceso a ella. La vida no es la misma, porque entonces ya no quiero ser cama o
cajón sino que tomo esa libertad que Jesús me ha dado.
La lección para un mentiroso es para no juzgar la
mentira. No la acepto, ya no puedo aceptarla; no la comparto. Hoy en día es
algo que me supera y que me es fácil captar, no entender. Mi consuelo es Jesús,
que me dice que con la medida que mida me medirán y en ese dilema estoy
aprendiendo a llevar la mentira a quien puede ayudarla. Cuando alguien me ha engañado,
ya no puedo llamarle ruin, aunque estoy profundamente enojado me acuerdo de la
parábola del samaritano, hablo con un hermano, con una hermana y allá dejo la
ofensa y al que ofende, para que puedan ayudarle.
Mi verdad es a la vez mi límite. No engaño, pero
no quiero ser engañado. La verdad es mi 10 porque es donde Jesús se ha
mostrado, ahora tengo su perdón… para no ser medido con la medida en que mido.
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