MARCOS
3, 20 – 21: Luego entró en una casa, y de nuevo se aglomeró
tanta gente que ni siquiera podían comer él y sus discípulos. Cuando se
enteraron sus parientes, salieron a hacerse cargo de él, porque decían: «Está
fuera de sí.»
Empecé el día leyendo este pasaje en la palabra de cada día y en su
meditación hacía referencia a este pasaje desde el efecto de la palabra de
Jesús que acaba provocando su misma muerte porque no halló cabida entre su
pueblo. Lo titulaban “matar al mensajero”. Hace poco el cine americano estrenó
una película con el mismo nombre: matar al mensajero, basada en un hecho real
en el encontronazo de un periodista local y la CIA que termina con la vida,
completamente rota, del periodista que destapa una trama de contrabando de
armas y drogas de la agencia. Años después de que el gobierno aceptara su
participación en esta problemática, el periodista aparece muerto con dos
disparos en la cabeza. Si podéis verla, merece la pena y, además, casa un poco
con el sentido que el semillero ha querido dar a este pasaje bíblico.
Lo que se decía de Jesús, en este pasaje, es literalmente: que “está fuera
de sí” (εζεστη). Este verbo usado aquí significa en otros pasajes de Mc el estar fuera
de sí por admiración, sorpresa o entusiasmo ante algo. Por eso, de esta palabra
no se sigue que lo tuviesen por “loco,” como vierte la Vulgata: “in furorem
versus.” Unido este versículo sin duda íntimamente al anterior, se ve el valor
de esta palabra en su propio contexto. La actividad apostólica de Cristo y su
celo por enseñar a las gentes, que se agolpaban ante El, y por hacerles
favores, no les dejaba ni tiempo para “comer.” Se diría, al modo humano, que era un exceso de apostolado; pero ésta
era su misión (Cfr Marcos 3, 20 – 21.Biblia comentada Profesores de
Salamanca).
Unos treinta años de vida oculta, sin saber si acaso estudio con rabinos, y
de repente comienza su obra de predicación y de milagros, no dejaba de ser
sorprendente, más aún para sus parientes, desconocedores del misterio de su
divinidad. No era profeta en su patria, “ni en su casa”. Por eso podían haber
venido a buscarle, por piedad familiar, para llevarle con ellos.
Muchos, muchas veces, hemos vivido o viviremos momentos en los que sólo hallaremos
falta de comprensión entre las personas más cercanas. Aquellos que más próximos
están a nosotros no siempre están preparados para entender lo que hacemos, lo
que hemos hecho o lo que haremos. Incluso a pesar de conocernos, de haber
convivido tantos años, parecerá también como si nosotros mismos hubiéramos
estado 30 años ocultos, porque no esperan lo que ocurre, no pueden encajarlo y
les duele.
Un giro inesperado, un día malo, una decisión determinada (cambio de
carrera, de trabajo, de piso, iniciar un negocio, una nueva relación…) muchas
veces influye en nuestro círculo cercano de un modo extraño, a ellos no les
cuadra o no les gusta o, simplemente, los desencaja. Se han formado una idea de
cómo eres en base a una expectativa que ellos mismos se han creado y cuando esa
imagen cae, es como si no te conocieran.
Lamentablemente yo no puedo educar a nadie para que me acepte tal como soy,
para que me ceda un espacio virgen en su mente para conocerme y dejarme crecer,
eso es libertad. Pero se carece de ese ofrecimiento de libertad en el 80% de
los casos y tienes, de entrada, una etiqueta según sus recuerdos, sus
experiencias, sus necesidades o sus expectativas. Vienes a cubrir un espacio
que le pertenece a otro, a otra, sin remedio alguno. Estás, por tanto,
supeditado a que llegue el día malo y esa relación empiece a tambalearse y
hasta quizás romperse. No por ti, sino por la incomprensión de aquellos.
Qué nos queda cuando eso pase… Seguramente nos afecte y lleve tristeza a nuestro
corazón, incluso que pasemos un mal rato o lloremos. El evangelista nos diría
que, como Jesús, aprendamos a tender una mano contra la tristeza o el
resentimiento y cedamos espacio para que esa persona encuentre el hueco para
nosotros o, incluso, que permitamos la distancia o el rechazo, que seamos
pacientes y perdonemos a aquel que no nos sabe encajar. Si yo soy consciente, a
pesar de ver lo que ocurre, tengo que dejarle espacio para que reaccione sin
condicionarlo, respetando esa libertad que a mí me cuesta la etiqueta. Debo ser
valiente, incluso para tomar yo la decisión y no importa lo que pase o lo que
ocurra porque debemos contar que la incomprensión forma parte del ser humano,
de ti y de mi, de todos.
No es sencillo, pero nos va a ayudar en todas nuestras decisiones. Si
quieres algo hazlo, deja atrás cualquier condicionamiento, el qué dirán, el qué
harán, el cómo les sentará… al final cada uno responderá como buenamente pueda
y si no te conocían, ya es hora de que te conozcan.
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