Lucas 4, 16-19: “Vino
a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga,
conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta
Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El
Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A
pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a
los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.”
El gran escándalo de Dios se hace
presente en este pasaje delante de la comunidad de Nazaret, en la sinagoga, en
el lugar de la lectura pública, solemne podríamos decir. En aquel reducto,
pequeño, en el que se leía día tras día la Toráh y en el que este pasaje de
Isaías habría sido tantas veces repetido, ahora viene a cobrar un significado
especial en la obra de Dios hacia el mundo.
La religión se procesa del hombre
hacia Dios. El hombre, que es criatura, debe adoración a Dios, quien le ha dado
la vida, quien lo ha creado, quien le ha posibilitado de inteligencia y
dominio, palabra y obra. El hombre religioso guarda una vida de tributo a Dios,
lo honra, celebra las fiestas en su nombre, lo señala como Señor y lo adora, le
ofrece cultos, oraciones y quema incienso, olor grato, agradable. La religión
es el culto que el hombre prepara a su Dios.
Jesús, en cambio, que es Dios
encarnado propone la situación a la inversa. Sitúa en Reino de Dios en la
Tierra, lo abaja del cielo alto e inaccesible y traslada el seno del Espíritu
Santo del Dios de Amor a un nuevo Templo que no habita en materiales, piedras o
paredes. El nuevo Templo que contiene a Dios es el ser humano, y la verdadera
misión de Dios en la tierra es la de liberar a este homo religioso de cualquier
atadura que le impida ser él mismo. Jesús viene para que tú seas lo que quieras
ser, porque desde la satisfacción de vivir en plenitud, brotará esa misma
semilla de Amor que el Espíritu pone en el corazón de cada persona. Predicar el
año agradable del Señor supone el camino del ser humano hacia su liberación. Lo
que es agradable al Señor no es que se le adore aquí, o allí. Ya no es en el
Templo como hacen los judíos, o en la montaña como hacen los samaritanos dirá
Jesús en Juan 4. El año agradable del Señor viene constituido por la libertad,
por la reivindicada identidad personal de cada uno de sus Hijos e Hijas que
viven en este mundo.
Este pasaje, este anuncio además
viene con promesa: hoy se ha cumplido esta profecía dirá Jesús. Y hoy vuelve a
cumplirse esa profecía cada vez que se vuelve a pregonar el año agradable del
Señor. Cada vez que se cuida a un enfermo, que se ayuda a un necesitado, que se
viste al desnudo, que se da de comer al hambriento, que se le devuelve la vista
al ciego y que se levanta al cansado. Y, por tanto, cada uno de nosotros es
quien hoy cumple esa profecía. Es como si yo estuviera en Nazaret con el rollo
de Isaías abierto y pudiera decir esas mismas palabras, con esa misma osadía:
hoy se cumple esta escritura.
Dios mismo sale al encuentro del
ser humano y lo acerca a Jesús. El ser humano, por ende, lleno de esa misma
gracia y virtud también sale al encuentro del ser humano y lo acerca a Jesús.
El año agradable, el año del encuentro, el año en el que puedo presentarte esta
hermosa vida que nace de la belleza de la donación, de la entrega, de la
solidaridad y del Amor. Este momento precioso que habla de unión entre la
tradición, la profecía, Dios y los seres humanos. Ya no están las profecías
escritas sólo en los libros sino que cobran vida, y sigue cobrándola cada vez
que una persona socorre a otra persona. Porque, en el fondo, la palabra eterna
de Dios es una voz que resuena en el interior de nuestro vivir y que nos
conduce a actuar como Él mismo haría.
Sabemos que hay Dios porque vivo
esa plenitud, y sabemos que esta es su voluntad porque puedo sentir su Amor.
Traspasar lo escrito, lo institucional, lo sagrado, lo reservado, lo
mediatizado… llegar a la carne, como Jesús. hoy las palabras de la Escritura se
encarnan en cada uno de nosotros, otro gran milagro de Dios, otra señal
irrevocable de vida, otro sonido de esperanza.
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