MARCOS
3, 13 – 19: Subió Jesús a una montaña y llamó a los que
quiso, los cuales se reunieron con él. Designó a doce, a quienes nombró
apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar y ejercer
autoridad para expulsar demonios. Éstos son los doce que él nombró: Simón (a
quien llamó Pedro); Jacobo y su hermano Juan, hijos de Zebedeo (a quienes llamó
Boanerges, que significa: Hijos del trueno); Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo,
Tomás, Jacobo, hijo de Alfeo; Tadeo, Simón el Zelote y Judas Iscariote, el que
lo traicionó.
Leer este pasaje me lleva irremediablemente a Judas, el traidor. Este
apunte del evangelista refleja dos cosas: la primera es mostrar que la
redacción del evangelista es tardía, más allá de los sucesos vividos del Cristo,
siendo pero la fuente primera en la redacción de los evangelios. La segunda es
el apelativo “traidor” con el que ya el autor transmite la poca simpatía de
este personaje dentro del grupo de los doce. Judas es, desde el principio, el
gusano de esta manzana que ha escogido Jesús, el malo para entendernos.
Años después de los sucesos de Jesús todavía resuena la supuesta traición
del Judas, el evangelista se muestra amargo y seco en la llamada del Iscariote.
La tradición posterior, la de las primeras comunidades, también se muestra
resentida a la traición. Si me lo permitís diré que lamentablemente, somos
esclavos todavía de nuestros prejuicios y de nuestro resentimiento, que son como
explosiones en cadena que ocurren en nuestro corazón y que se alimentan con
extrema rapidez de un engaño, de una mala cara, de un error… quién sabe, ¿verdad?
Hay tantas situaciones que nos llevan a sentirnos de esa manera… el evangelista
y las primeras comunidades no estaban exentas, tampoco la tradición posterior,
la patrística, la escolástica…. Incluso hasta nosotros mantenemos vivo este mito
del traicionero de “Ish Kariot”.
Pero Jesús lo eligió. No sólo lo eligió sino que lo amó y lo amó
profundamente, como a un hermano. Más aún, sabemos del cierto que si Jesús
perdonó a Pedro la noche que lo negó también lo hizo con Judas y también con
todos los del proceso: Padre, perdónalos… no saben lo que hacen. Esa es la
lectura crística del verdadero evangelio que vive del perdón y del amor al
prójimo. Actitudes que, respecto de Judas, en los evangelios no dan lugar a
cumplir con el evangelio de Jesús. Seguramente cumplen con las exigencias
literarias del evangelista, que destaca de entrada lo que sabe según le han
hablado y coloca, consciente, los elementos necesarios para adecuar al lector
aquello que quiere trascender. En ningún caso, pero, se cumple con el evangelio
de Cristo, ni con el amor al prójimo. La actualidad, fiel a Jesús, debería
poder entrar en el Evangelio y hacer justicia con la misericordia del Cristo y
liberar a este hombre, fuera o no traidor, de esta huella señalada generación
tras generación.
¿Acaso no se rectifican en la historia los errores humanos? Este evangelio
contiene la inspiración, estoy totalmente de acuerdo, pero recordemos que
también contiene la voluntad comunicativa del hombre, del hombre de aquel
tiempo con todos sus condicionantes y sus limitaciones. ¿No podemos rectificar
esta limitación del escritor? ¿No podemos aplicar el perdón de Jesús? Por
favor, indulten ya a este Iscariote, tratado como el más feo de los enemigos de
Cristo cuando en realidad era uno de los muy amados del Señor.
Amen a este Judas al que
se ha mantenido acusado tanto y tanto tiempo, perdonen a todos aquellos que, en
un momento u otro, hemos señalado al traidor. Mantengan su atención en la
última cena, en la entrega del pan mojado en vino, pues era un gesto que en la
tradición judía sólo se hacía con la persona de más estima que estaba en la
mesa, Judas.
Ahora, son libres para
mantener sus prejuicios, para responder e incluso para mantener la acusación.
Pero ¿Es lo que habría hecho Jesús? No… Jesús ya hace tiempo que lo perdonó. ¿A
qué esperan ustedes?
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