MARCOS
3, 31 – 35: En eso llegaron la madre y los hermanos de Jesús.
Se quedaron afuera y enviaron a alguien a llamarlo, pues había mucha gente
sentada alrededor de él. —Mira, tu madre y tus hermanos están afuera y te
buscan —le dijeron. —¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? —replicó Jesús. Luego
echó una mirada a los que estaban sentados alrededor de él y añadió: —Aquí
tienen a mi madre y a mis hermanos. Cualquiera que hace la voluntad de Dios es
mi hermano, mi hermana y mi madre.
¿Quién es el que cumple la voluntad de Dios? ¿Quién es aquel o aquella que
no cae, que es perfecto? ¿Quién son mi madre y mis hermanos?
Tres grandes preguntas con las que el evangelista nos interpela a ir un
poco más allá de lo que nos presenta este pasaje del día. No es correcto hacer
la lectura del cumplimiento de la voluntad de Dios porque podríamos concluir
con una teología equivocada al respecto, perder el horizonte diríamos. Aunque deben
perdonarme los más puristas que son quienes leen esto del cumplimiento de la
ley de Dios como un credo moral cristiano.
Miren, partamos de la base que la voluntad de Dios ha sido que usted nazca
persona y libre, creado por el grande Amor que Dios nos tiene y con el deseo
impreso del Padre a que amemos como Él lo hace. Pero Dios nos crea libres, con
capacidad de autonomía incluso para negar a Dios mismo y fíjense que hasta en
este caso radical Dios consiente. Entonces, ¿cuál es la voluntad de Dios a la
que se refiere Jesús? Mucho me temo que vamos a tener que ser un poco más
anchos de miras si de verdad queremos conocerla, porque la voluntad de Dios
para cada uno es que viva y viva libre. Luego se podrá amar, ayudar, rechazar,
equivocar, triunfar, dedicar o entregar la vida, pero el fundamento de la
voluntad de Dios radica en la libertad genuina, auténtica y sin coacciones que
aquel que es poderoso para dar y quitar la vida nos concede, sin coste alguno.
Pienso que gastamos mucho tiempo en esto de intentar hacer, ser, decir o
conseguir. Miren, yo lo veo muy claro: la voluntad de Dios es que ustedes
gasten su vida con la libertad de los Hijos e Hijas de Dios. Está claro que
esta libertad no significa matar, robar, golpear… Pero incluso en esos casos,
aquellos o aquellas que se equivocan tienen el mismo derecho a que su libertad
les sea restituida y puedan tener un espacio para pedir perdón y para ser
perdonados.
Por favor, huyan de las largas penitencias, escapen de aquellos que quieren
sujetarlos con el pretexto de cumplir la ley de Dios, duden de quienes se
visten de piedad y no respetan su forma de vestir, de hablar… No se dejen
coaccionar, no se rindan ante nada o nadie, aprieten los dientes y saquen lo
mejor de ustedes para combatir la tiranía de los hombres malos.
Ah! Y no sean excluyentes, porque familia del Señor somos todos y todas por
la misma fe que nos une, sean de la religión a, sean de la religión z, blancos
o negros, amarillos o indios, sin distinción ante un Amor universal y gratuito.
Háganme el favor de dejar de buscar en este pasaje un favor para los que
cumplen no la voluntad de Dios sino la religiosidad que supone que pide Dios,
porque Dios no pide… respeta.
Estos son mi madre y mis hermanos, aquellos con los que comparto esta vida
que Dios me ha dado.
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