JUAN
14, 27 – 31: La paz les dejo; mi paz les
doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se
acobarden. »Ya me han oído decirles: “Me voy, pero vuelvo a ustedes.”Si me
amaran, se alegrarían de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que
yo. Y les he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda,
crean. Ya no hablaré más con ustedes, porque viene el príncipe de este mundo.
Él no tiene ningún dominio sobre mí, pero el mundo tiene que saber que amo al
Padre, y que hago exactamente lo que él me ha ordenado que haga.»
Este pasaje de hoy nos trae al recuerdo la conversa que, después de muerto,
tendrá Jesús con María Magdalena en el 20, 17: “voy a mi Padre, que también es vuestro Padre; a mi Dios, que también es
vuestro Dios”. Lectura que, también, encontraremos en la exhortación a los
Hebreos. Esto es que nos movemos por el ambiente asiático y toda la escritura
de la cuna de Éfeso. El pasaje en sí deja ya atrás el episodio de la cena y nos
proyecta hacia la crucifixión del Cristo, que va a pasar por la entrega
disponible y generosa de Jesucristo (una obra que además nos arrastra a
nosotros hacia la salvación de Dios).
El evangelista nos explica que hay una especie de misión que en Cristo
tiene pleno cumplimiento, esa misión forma parte del designio salvífico de Dios
que ya en muchas otras ocasiones se había manifestado en la historia del ser
humano (como por ejemplo todo lo que corresponde a la liberación de tierras de
Egipto). Ahora, pero, esta salvación adquiere plenitud en el Hijo, que expresa
absolutamente la divinidad del Padre. Por tanto, así como el Padre sostiene la
vida y la actividad del Hijo, Jesús está orientado a entregarse por la
humanidad y, además, esta obra es por decisión del Hijo que se entrega
voluntariamente. Recordemos que Él dirá aquello que no es que me quiten la
vida, sino que yo la doy.
La razón del evangelio es para creer, como expresará Juan al final de su
compendio. Y esa misma razón sirve para todos los siglos posteriores en los que
se ha extendido, finalmente, el cristianismo. Entonces, en el marco judío, el
autor quería dejar constancia del cumplimiento de las Escrituras en Jesús, que
además es Hijo de Dios. En nuestro tiempo, pero, nosotros ya nacemos con esta
imagen del Hijo en Cristo y no nos es extraño relacionar el sentido de las
Escrituras en clave cristológica. No obstante, corremos el mismo peligro que
aquellos primeros miembros en tanto creer en Jesús y en la disposición favorable
de Dios. Las catequesis, por ejemplo, acostumbran a ser un suelo duro en el que
asentar la obra de Dios, cuesta…
Algunos hablan de la sociedad que está cada vez más secularizada, otros de
espiritualidades que nos acercan más a conocernos, a contactar con nuestro yo
espiritual, sigue el gnosticismo, incluso el dualismo, y aunque el cristianismo
ha llegado a tantos lugares es difícil vivir este efecto de la transición del
Hijo al Padre y del Padre al Hijo. ¿Se cree en la salvación, o quizás no hay tiempo
para pensar en ella? Es como si dejáramos sin efecto la obra de salvación, y
como si la hubiéramos envanecido, como si estuviera disuelta. ¿Y dónde hallamos
el rastro que de nuevo nos conduzca a Dios? Bien, vemos en estos tiempos lo
duro que es sonreír, sí… sonreír. Es que el movimiento de los acontecimientos
nos ha absorbido hasta el punto de anular la mejor visión del momento, y ahora
es mucho más laborioso recuperar el terreno.
Creer puede ser recuperar, también. O recuperar como paso previo para poder
creer. Leer estos textos reivindica el lugar de la salvación de Dios en
nuestros corazones: gozo, paz, esperanza… y no podemos dejar que ello caiga
olvidado. Mi meditación de hoy tiene que ver con recuperar lo que es esencial
de la vida, que es la salvación. Y saboreando esa salvación abrirme al mundo:
compartiéndola y dándola en gratuidad. Que podamos hoy dedicarnos cinco minutos
a abandonar lo que nos entristece y a regocijarnos en la plenitud de Dios, que
nos recupere, que nos alegre y que nos capacite.
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