JUAN
17, 11 – 19: Ya no voy a estar por más
tiempo en el mundo, pero ellos están todavía en el mundo, y yo vuelvo a ti.
»Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste,
para que sean uno, lo mismo que nosotros. Mientras estaba con ellos, los
protegía y los preservaba mediante el nombre que me diste, y ninguno se perdió
sino aquel que nació para perderse, a fin de que se cumpliera la Escritura. »Ahora
vuelvo a ti, pero digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo, para que
tengan mi alegría en plenitud. Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los
ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido
que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del
mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la
verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo. Y por
ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la
verdad.
El tono que utiliza el evangelista para exponer
la oración de Jesús denota que nuestro Dios no es “Ex Machina”, a diferencia de
concepciones romanas y helenísticas. Podría parecernos que estamos en un
tablero y que Jesús pide al Padre que mueva a unos a un lado, a otros al
contrario, a Él a las alturas y al maligno a lo profundo del infierno. No hay
ninguna estrategia, no debe haber ningún misterio que presuponga una jugada, o
la decisión de Dios. El evangelista recoge los deseos de Jesús en esta oración
para que el Padre le conceda la petición, pero no ocurre así, o por lo menos no
al cien por cien. La historia de la cristiandad hasta nuestra era se mezclará
con el mundo y quedará muchas veces expuesta al dilema del mal. Algunos incluso
discutirían cual grado de protección.
Cuando el maestro deje de estar con ellos, y
después de Pentecostés (que sepamos), comienzan las persecuciones y los
discípulos quedan expuestos, amados y odiados, acogidos y repudiados por un
entorno que a veces se mostraba abierto y otras, en cambio, hostil. Si Dios
fuera una máquina, las palabras del Cristo habrían sido definitivas y no
hubiera espacio para la libertad, tal como el programador determina hubieran vivido
probablemente en el Olimpo, compartiendo mesa, fruta y música con Zeus y
Afrodita.
Aunque ello no quiere decir que la oración del
Cristo no fuera eficaz, eso no lo digo. Como tampoco niego que fuera eficaz.
Pero sí atendamos nosotros, la comunidad de hoy, a que en la vida estamos
completamente expuestos a goza y sufrir, a reír y llorar, a querer y hasta a
odiar, y por más oración que se eleve la vida cruza por donde tiene que tirar.
Bien, la oración hay que vivirla desde nuestra humanidad, y entenderla en el
contexto de la vida de ellos y de la nuestra. El cometido del Cristo orando al
Padre momentos antes de llegar al zénit de la crucifixión es el aliento que nos
deja a nosotros para avanzar, para perseverar, para proseguir, luchar,
intentar, permanecer, consolar, amar. El maligno es la desesperanza ante las
muchas pruebas y situaciones que nos viene a diario: cuando una familia se
queda sin techo, cuando un niño muere de hambre, cuando la tragedia del
holocausto se ceba con la vida, o cuando el ser humano está partido.
La experiencia de esta oración la cumplen y la
han cumplido muchos de ustedes cuando delante de lo inminente han decidido
entregarse y cuidar de los demás, o de los suyos. No importa si a más o a
menos, si fue Casaldaliga o fueron mis padres, cuando hicieron viva esta
oración, porque nos enseñaron con su sacrificio a cambiar las cosas. Y esta sí
es la protección contra el maligno.
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