Marcos 11, 27-33: En
aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba
por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los
ancianos y le preguntaron: «Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado
semejante autoridad?»Jesús les respondió: «Os voy a hacer una pregunta
y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan
¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme.»Se pusieron a
deliberar: «Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le habéis
creído?" Pero como digamos que es de los hombres...» (Temían a la gente,
porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta.)Y
respondieron a Jesús: «No sabemos.»Jesús les replicó: «Pues tampoco yo
os digo con qué autoridad hago esto.»
Quién no se ha encontrado en la
vida cuestionado por lo que hace, o por lo que piensa, o por como viste, o por
como ama. Estamos en un mundo en el que a la mayoría de las personas les gusta
hurgar en la vida de los demás, sólo hace falta ver hasta dónde ha llegado el
periodismo, por ejemplo, que asedia la intimidad de cualquier persona y casi
olvida ya la objetividad profesional. Pero más allá del cotilleo, vivimos en un
tiempo en que todo se cuestiona, los padres a los hijos y las hijas a las
madres: por un vestido, por un piercing, por los estudios, por la
administración de la casa, por las horas, por las tareas… parece que todo el
día tengamos un deseo de confrontación, o que nada nos guste. Pero nuestra
forma de vivir no tiene por qué sujetarse a lo que los demás quieren y es que
hace un tiempo que vengo pensando que quizás estamos perdiendo autenticidad.
Fíjense, es que incluso moverse
en lo impersonal y dejarse llevar por la masa no excluye que también lleven tu
vida, o tus actos, o tus pensamientos a juicio. Si me dices que quieres vivir
toda tu vida sujeto a ir adaptándote a las demandas de los demás, creo que está
por demás decirte que, amigo/amiga, no serás feliz y qué pena tirar así el
regalo de la vida. El derecho a la felicidad viene a través del derecho a la
autenticidad, aunque sabemos que la mayoría de reclamos se esfuerzan por
decirte que no, que seas como todos, que lo diferente está en formar parte de
la masa… Y todos por todo, somos absorbidos por la globalización, y nos quedan
pocas identidades. ¿Quién te da la autoridad para ser feliz?¿para dar amor?¿para
ser tú mismo? Hoy, a los fantasmas de siempre se les une el temor a la
originalidad, y poco a poco, pregunta a pregunta, nos amedrentamos y estamos
algo atemorizados.
Lo más precioso de cada persona
está en algo que es diferente al otro, y al otro, y al otro. Cada cual tiene
algo que lo hace único y especial, como abrir un regalo, hay sensaciones
únicas, colores únicos, expresiones únicas… hay vida que también es única.
Nuestra existencia responde a una única posibilidad de ser en todo el cosmos y
en esta forma nuestra, no hay otra (probablemente ni la habrá así). Por tanto,
hay que recuperar al ser humano para devolverle su autenticidad, porque no
pueden terminar más vidas abandonadas en la masa, ni más lápidas sin historia.
Por ello tenemos autoridad, autoridad a la felicidad y a la vida, autoridad
para ser nosotros mismos, autoridad para no ceder ante el poder del impersonal,
autoridad para mostrarnos originales…
No sigan cediendo terreno, no
dejen que les sometan, no rompan su identidad. Siempre es buen momento para
recapacitar y no dejarse amedrentar por la pregunta, por la cuestión, por el
qué dirán, por el qué ocurrirá, o por lo que puedo perder… no den a torcer su
hermosura ni vendan su esencia, sean! Y siendo, vivan
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