JUAN
15, 9 – 11: »Así como el Padre me ha amado a mí, también yo
los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si obedecen mis mandamientos,
permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre
y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su
alegría sea completa.
Hoy me avanzo en la lectura de la Palabra porque hace poco que comentamos
ya el pasaje de la vid, y a pesar de sus múltiples lecturas, querría pasar
página y avanzar hoy lo que no podré mañana. Estamos en el ámbito del amor y de
la obediencia al Padre, y como consecuencia, nos situaremos en el ámbito del
amor y la obediencia al prójimo. El evangelista Juan nos hablará mucho de este
amor correlacional entre la vestidura divina y el vestido humano, si amamos a
Dios, amamos al prójimo, y si sólo amamos a uno de ellos ese amor es incompleto
y no fructifica, porque se apaga en lo que es egoísta.
Hay amores extraños, algunos viven dibujados en un papel con muchos colores
y otros lo hacen vistiéndose para la ocasión, pero el primero que ha sido
pintado no puede dar más de sí, y el segundo vestido se queda en la fachada. Conocemos
el amor sexual, que también es entregado, y el amor ciego, que enciende
pasiones. Podemos también decir que el amor viene y el amor va, porque unas
veces lo damos todo por alguien y después (aún a patadas) dejamos de hacerlo.
Somos autores y verdugos del amor, que a veces viene a ser como un premio y
otras, en cambio, un castigo. Hay un amor que vive en la superficie y existe
otro amor que trabaja en el corazón. De todos ellos el mundo se sirve y
nosotros, también.
El amor duele y hace daño, aunque muchas veces es belleza y felicidad. Nos
une y nos separa, a veces con separaciones costosas. El amor incluso es un acto
civil y un don del cielo. El amor es temprano y ocurre que algunas veces
tardío. Hay amor de juventud y amor en la vejez, porque amor es luz y también
ocaso. Vivimos dando y negando amor, necesitándolo y dejándolo estar,
avivándolo, apagándolo, enloqueciéndolo y dándole oportunidades.
El amor puede ser genuino, o llevadero, puede ser verdadero o uno más (como
en una lista). Pude ser motivo de orgullo y puede hacer sentir fracaso. El amor
es un motor, una razón, un compromiso y una regla. El amor es renovación,
promesa, señal, leyenda y motivo de guerras. Lo hay que es amigo y lo hay que
nos confronta. El amor es único y comunitario, es hombre y es mujer, es acto y
es palabra, como dirá el apóstol Pablo: nunca deja de ser.
El amor es paradoja, a veces novedoso como el día, y a pesar de ser algo
que todos deseamos vivir, algunos nos hacen escapar. ¿Y de entre ellos cuál es
el amor de este mandamiento que nos dice Cristo? ¿Cuál la obediencia?
Sea como sea, no hagan del amor algo vano, o diluido, sean capaces de
vivirlo y de entregarlo, vivan con optimismo su pérdida o su circunstancia,
porque el amor de Cristo también es futuro (o esperanza). No hagan mal a nadie,
y menos por amor (o pensando que es amor), sean honestos y cuiden de los demás,
porque ahí vive Dios y ahí alcanzamos a Cristo. No causen dolor, no lo apaguen,
no lo pierdan.
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