JUAN
15, 18 – 21: Si el mundo los aborrece,
tengan presente que antes que a ustedes, me aborreció a mí. Si fueran del
mundo, el mundo los querría como a los suyos. Pero ustedes no son del mundo,
sino que yo los he escogido de entre el mundo. Por eso el mundo los aborrece. Recuerden
lo que les dije: “Ningún siervo es más que su amo.” Si a mí me han perseguido,
también a ustedes los perseguirán. Si han obedecido mis enseñanzas, también
obedecerán las de ustedes. Los tratarán así por causa de mi nombre, porque no
conocen al que me envió.
Estamos hoy situados dentro de la concepción
dualista del mundo. Por un lado el mundo visible (ORATOS) y el invisible
(AORATOS), y por el otro la eterna confrontación entre LUZ y TINIEBLAS. Los
discípulos de Cristo se adhieren a las persecuciones del maestro de tal manera
que cuando su fe pueda mermar a causa de la persecución, la predilección de
Dios con ellos, en Cristo, sea motivo suficiente para aceptar el agravio. Hay
que recordar que Jesús ya enseñó acerca del amor a los enemigos, y ese amor
hacia el opresor va a cobrar ahora sentido también en los días de la
tribulación.
Hay muchos tipos de persecuciones que afectan a
los cristianos, también a las personas. Hoy, por ejemplo, seguimos viviendo los
episodios del martirio de quienes profesan su fe en territorio hostil, como
lamentablemente hemos visto en tantos asesinatos. Y esas imágenes de su muerte
también nos persiguen a nosotros y persiguen a la Iglesia, porque a pesar de
Francisco, todavía se halla agotada y cansada. Que estupor me provoca esta
paradoja. Si recordamos, el evangelio de Mateo dirá aquello en boca de Jesús: “el que quiera perder su vida la encontrará”.
La alegría del evangelio viene de muchos lugares, pero cobra otro sentido
cuando el final de la vida en Cristo termina de forma cruenta.
Es paradójico que el martirio de nuestros
hermanos y hermanas se convierta para nosotros en perseguidor. Estamos
perseguidos por aquellos que dan su vida por Jesús, o nos han alcanzado.
Verdad? Cada uno puede verlo en su vida: la falta de entrega, las envidias entre
nosotros, la poca disposición al necesitado, la falta de acción social, incluso
en nuestras comodidades. Y la imagen del martirio corre detrás de nosotros, gritándonos
para que nos giremos. Pero… ¿nos queremos girar? Porque quizás girar nos cuesta
mucho, porque realmente ver nuestras carencias o ver lo que somos casi es
traumático.
Creo, de verdad, que tenemos que acoger al
perseguidor y ver las evidencias, sopesarlas, y rectificarlas. La predicación
se pierde si no hay un efecto y la Palabra transformante pierde su poder cuando
no la creemos. Perdemos nuestra fe! Bueno, ¿Qué ocurre mundo, que seguimos
corriendo como perseguidos?
Ya hay que pararse, el mundo necesita que nos
dejemos alcanzar y que lloremos, que sintamos de nuevo ese dolor que empuja al
cambio, ese ardor del fuego espiritual, ese deseo de cambiar las cosas, de
pintar la vida. Y yo ya no quiero ser perseguido sino que quiero perseguir.
Perseguir por ver si alcanzo el amor, como el que corre ilusionado porque lo
que hace es lo que le gusta, lo que le llena. El mundo necesita que lo persigamos, y la vida
que persigamos su final, para que no nos alcance el ocaso y nos diga: ¿Qué de
ti, desdichado?
Corran, corran, cojan su dorsal y corran.
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