JUAN
15, 1 – 8: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el
labrador. Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da
fruto la poda para que dé más fruto todavía. Ustedes ya están limpios por la
palabra que les he comunicado. Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes.
Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que
permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en
mí. »Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en
él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. El que no
permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se
arrojan al fuego y se queman. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en
ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá. Mi Padre es glorificado
cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos.
Ayer estuvimos viendo esa especie de memoria que hay en nosotros y que nos
une con la trascendencia, hoy el evangelista nos muestra que todos procedemos
de un único Creador (al que la historia y las culturas han llamado de diversas
formas) y que para vivir necesitamos mantener nuestra adhesión a Él. Podríamos
decir que no para vivir como el que pasa los años, sino a vivir en plenitud
(con el gozo existencial). Ireneo de Lyon dirá que la voluntad de Dios es que
el hombre viva plenamente en Jesucristo, y bajo la escritura del evangelista
entrevemos la intención de Juan que habla de vida. En estos capítulos la vida
se unirá al misterio Pascual y, paradójicamente, la muerte de Jesús no será una
tragedia sino que vendrá a nosotros en forma de entrega.
Claro, en un marco histórico tan rigorista pareciera que sólo pueden
cumplir con la voluntad de Dios aquellos que se le adhieren por la Ley.
Cumpliendo la Torah no hago sino la voluntad de Dios. El evangelista, que nos
sitúa una experiencia desde la expulsión sinagogal, no podía sino presentarnos
la Ley extrínsecamente, tan sólo para cambiar nuestro comportamiento. Para Juan
lo importante es la adhesión a Cristo y para explicarlo usará de muchos
ejemplos que nos alinean de alguna manera al plan de Dios.
El que no permanece en plenitud, dice el evangelista que se seca, que
sucumbe ante las presiones de la vida. Todos tenemos esa experiencia cuando
perdemos la pasión por la vida, cuando vivimos apagados, a veces sin rumbo,
fatigados, con otro humor… y sabemos que cuando la situación perdura, cada vez
cuesta más salir de ella porque su magnetismo, la inercia de la monotonía, nos
atrapa y puede que hasta nos haga olvidar lo trascendente que habita en
nosotros.
El que permanece puede pedir lo que quiera que se le dará. Tenemos,
también, la misma experiencia cuando vivimos unidos a la vid, tanto a nivel
personal como a nivel relacional, parece que la vida merece la pena, nos
sentimos bien, tenemos expectativas y además se cumplen, y hay en nosotros una
gran proyección.
Pero esta vid es especial, uno puede permanecer en ella y tener vida, o
puede desprenderse y secarse. Pero las ramas que se secaron tienen de nuevo la
posibilidad de readherirse a la vid y rebrotar a la vida. Nuestra actualidad
parece cada vez más seca y el mundo sin duda que necesita de ese fruto, que
además lo damos nosotros. Nuestra misión no es dar la vida, porque es
competencia de Dios, pero sí es acercarlos a ella. Todos vivimos con impotencia
la devastación de Nepal, algunos han pasado por guerras, otros han vivido bajo
la tiranía del diamante de sangre y los hay que viven hambrientos en la
sociedad del bienestar, son ramas que han sido cortadas y dejadas a secar. No son
realidades que se hayan apartado voluntariamente, hubo muchos factores que las
arrancaron, y en esa especie de poda existe el factor humano que las ha
arrojado al fuego para que sean quemadas.
Nadie conoce los sentimientos de la vid, podemos presuponerlos y los
creemos según lo que nosotros sentimos, pero en Dios hay un elemento de
gratuidad y de amor que están por encima de los nuestros y que seguramente son
mayores que cualquier tipo de dolor, porque en Él hay seguridad de vida y de
redención. Parece, a veces, que nosotros nos tomamos la licencia de ser vid y
decidir qué ramas hay que cortar, y el poder es quien trabaja de jardinero.
Quizás sea ya tiempo de extinguir su contrato.
Regresar las ramas secas a la vid es un trabajo de años, de llantos, de
complicaciones, de trabajo, de dureza… pero hay que hacerlo, y trabajaremos
junto a estos jardineros que seguirán cortando y no por ello habrá menos
esfuerzo, colaboración o solidaridad, y por cada injusticia mayor apoyo social,
y por cada muerte mayor compromiso y que en esta espiral de bien y de mal
surjan nuevos jardineros, que cuiden esta herencia de la vida.
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