JUAN 16, 28 – 30: Salí
del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.» Le
dicen sus discípulos: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos
ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos
que has salido de Dios.»
Para los discípulos, como para el
evangelista o para nosotros, el origen y fin de Jesucristo tiene sentido en
tanto su testimonio pasa por la encarnación. Creemos que vienes del Padre
porque tu testimonio aquí con nosotros demuestra que tu vida trasciende lo
meramente humano, podrían haber dicho estos discípulos. Y hoy en día, todavía somos
muchos los que seguimos creyendo en la filiación divina del hijo de José y María.
Algo ha sucedido en el trascurso del evangelio que mucho después de las señales
y la resurrección de Lázaro invita a creer que Jesús es el Hijo de Dios.
Jesús no sólo es único, sino que
además es el primero de muchos (el primogénito) y gracias a la acción de amor
entre Padre e Hijo somos nosotros benefactores del mismo título, pertenecemos a
la familia de Dios, no por origen sino por participación en este que llega para
regresar. Por obra de este itinerario que nace de un verdadero amor en el cielo
y pasa por una entrega generosa y disponible, hoy seguimos manteniendo que el
Hijo de Dios se hizo carne entre nosotros, y eligió justo en esta Tierra, y en
esta forma humana el acercar la salvación definitiva, gratuitamente.
Aunque esta claridad, obviamente,
no es sólo testificada por la Palabra, por el conocimiento, o por la razón,
sino que conocemos quién es Cristo a
través de la propia experiencia de nuestras vidas, unidas de algún modo a la
misma vida de Cristo, compartiendo sus actitudes y sus inquietudes, que pasan por
una vida de fe, de amor y de esperanza. Por eso creemos, porque en nuestra vida
se reproduce, de alguna manera, la comunicación de Cristo de que Dios nos ama,
y que ya nos estaba amando aún antes de la creación. Cuando alguien puede
testificar con ese mismo amor en su vida, volvemos a renovar la creencia,
porque en esta carne nuestra se perpetúa la obra del Hijo de Dios.
Hay, pero, quienes no pueden
decir que creen, porque alrededor de sus vidas no hay manifestación de la presencia
de esta noticia, que Jesús es el Hijo de Dios. Es legítimo creer, y también no
creer, porque en definitiva la presencia es un misterio, y tiene que ser
revelado. Hay personas que no sienten nada, que se asombran que la gente pueda
ir a un culto, a una misa, a una parroquia o aun acto de oración, y pensarán:
¿Qué hacen éstos?¿Cómo pueden creer en lo que hacen?
Nosotros podemos, o no, ser
testigos de Cristo si como Él somos llamas de amor, y a través de esta obra
entrañable vivificar el testigo del Señor, para quien no lo tiene lo coja. Como
una carrera de relevos, ofrecemos el testigo mientras el mundo corre y
alargamos la mano para que la puedan coger. Bien, que en esta carrera se tiña
de esperanza los motivos de correr y siga manifestándose el amor de unos para
el bienestar de otros, nuestro propósito es seguir en la carrera, por si hay
que dar el relevo, o por si hay que poderlo ofrecer.
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