JUAN
15, 12 – 17: Y éste es mi mandamiento:
que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más
grande que el dar la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo
que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de
lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí
decir se lo he dado a conocer a ustedes. No me escogieron ustedes a mí, sino
que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un
fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Éste
es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros.
El pasaje de hoy nos sitúa muy a la altura de la teología paulina, en ella
el apóstol nos dice que el cumplimiento de la Torah es insuficiente, porque
sólo la Ley modifica la conducta, el comportamiento, por lo tanto es
extrínseca. En cambio, como también indica el evangelista, si la verdadera
Torah es para nosotros Cristo, su Ley sí cambia el corazón. Esto es, cumplir la
ley del cristiano es vivir como Cristo,
bajo el primado del amor. Pero esto sólo es posible porque en lugar de la Torah
hemos puesto a Cristo, y por ese motivo la Ley se puede resumir en el amor a
Dios y al prójimo y al enemigo.
Tener un mandamiento implica que tenemos una Ley, y aunque esa Ley sea
vivir como Cristo, tenemos algunos cometidos que algunos llaman propuestas y
otros deberes, aunque si estos deberes son para libertad podríamos también
llamarlos ayudas. Así, podríamos decir que la vida del cristiano se aboga en
propuestas y ayudas, y en que ambas son recíprocamente válidas para todo el
mundo, todos ayudamos y todos somos ayudados. Esto implica que los efectos del
mandamiento de Cristo son para actuar en libertad, y a esa libertad amorosa y
responsable hemos sido llamados.
Se invierte el
orden de la Ley, ahora lo primero es vida y lo segundo letra. No tengo que
supeditarme a la letra para que cumpliendo la norma pueda vivir, sino que en
función de cómo (o para qué) vivó se está cumpliendo la Ley. Como Jesús dirá
que no está sometido a tribunales humanos, nosotros tenemos también el estatuto
jurídico del cielo, que es el Amor. Todo lo que nosotros, como personas,
podamos pensar, elaborar, escribir o proponer a modo de Ley para en alguna
manera condicionar a la humanidad para el bien se extingue en el tiempo. Nosotros
tenemos en la vida un itinerario de principio y regreso, de vida y de muerte,
es decir, que venimos del amor del Dios bajo el amor de los papás y regresamos al amor de Dios desde
el amor de los demás. Es decir, que nunca perdura la Ley y que el amor es
eterno en tanto es Dios.
Hay en nuestro
tiempo muchas personas que quieren sentirse bien, que quieren ser más
espirituales, que buscan un encuentro místico, que meditan, que por medio de
regresiones tratan de superar problemas del pasado, que hacen reiki... bien, la
mejor medicina, la mejor espiritualidad, la mejor manera de afrontar la vida, y
hacer un mundo mejor todo ello depende del amor. Y el amor puede ser un
trayecto espiritual, pero también es un viaje a la realidad, a la forma de
vivir la vida, de entender el mundo, de comportarse y de relacionarse... porque
si no tengo amor soy como el metal que no suena, estoy hueco, vacío.
¿Qué es lo que
todos queremos ser? Felices, y para ser feliz sólo se necesita amor. Y luego
pasarán muchas cosas en la vida y algunas serán mejores, y otras peores, pero
si mi principio y mi final se abandonan al amor, cuánto no más mi vida.
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