Marcos 11, 11-21: Al día siguiente, cuando salió de Betania, sintió hambre. Vio
de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al
llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «Nunca jamás
coma nadie de ti.» Los discípulos lo oyeron. Llegaron a Jerusalén, entró
en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de
los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie
transportar objetos por el templo. Y los instruía, diciendo: «¿No está
escrito: "Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos"
Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos.» Se
enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque
todo el mundo estaba asombrado de su doctrina, buscaban una manera de acabar
con él. Cuando atardeció, salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al
pasar, vieron la higuera seca de raíz.
Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que
maldijiste se ha secado.»
De un modo lógico, y para empezar a
comentar este pasaje tan extraño, podríamos decir que obviamente, Jesús (que no
es tonto) no va a buscar lo que sabe que no va a encontrar. Como bien apunta
Marcos, no es tiempo de higos. Por tanto, seguramente nos encontremos ante una
especie de parábola que utiliza el simbolismo de la higuera para referirse a
Israel, que ante la llegada del Mesías, sólo tenía hojas de apariencia. Esta
nación, que es tan religiosa, que ha sido elegida por Dios, que vive tan segura
de cumplir su voluntad y que cada día ofrece sacrificios en el Templo, será “secada”
(desechada), porque su fundamento está no en Dios, sino en los intereses de sus
jefes (sacerdotes, grupos de presión, ricos, cobradores de impuestos…).
Esta misma parábola, aunque tiempo más
tarde, se vuelve a repetir con Lutero y su reforma, que pretende acabar con
todos los abusos que se practican en la iglesia y que también se alejan de la
voluntad de Dios y de la gratuidad de la salvación ofrecida por el Cristo. Y
esta misma realidad vuelve a salir a la luz años más tarde con la aparición del
Vaticano II, o tiempo después con la Teología de la Liberación, o incluso
podríamos decir que hoy mismo se seca la higuera de la política en nuestro
país. Y en cada momento los motivos de hacerla secar han cambiado, y aquellas
hojas que enfurecieron a Cristo, siguen siendo simplemente de apariencia para
las épocas posteriores. Así prosiguen los abusos de los que tienen el poder, el
dinero derrochado de quienes están a cargo del rebaño de Dios, los lujos de los
pastores, la corrupción de los decisores, y esta terrible trama que nos arropa
y a la que también podemos hacerla secar.
Lo que parecería una parábola extraña
y un Cristo enojado, nos sirve a los cristianos de hoy para reflejar en la
situación de la vida, ese mismo deseo de dejar sin agua a la higuera de las
instituciones. Cuando escuchamos palabras de cambio, cuando en el corazón se
hace una decisión para sublevarse a la injusticia, recordemos que para nosotros
tiene un sentido evangélico desear terminar con aquello que se quiere esconder
en la piel de lo piadoso pero que desde la apariencia de cordero ejerce su
tiranía en el ser humano.
He escuchado a muchos preguntarse por
qué Jesús hizo secar la higuera, o cómo es que un Jesús tan bueno desea algo
tan malo, o si será verdad o mentira que lanzara una maldición… Lo cierto es
que necesitamos secar higueras, y no sólo una. Y además hay que hacerlo con una
fe capaz de mover montañas, y si podemos mover montañas, cuánto más no podremos
secar higueras.
El cambio, y la fuerza, como ven
también es cosa de Cristo.
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