MARCOS
10, 28 – 31: —¿Qué de nosotros, que lo
hemos dejado todo y te hemos seguido? —comenzó a reclamarle Pedro. —Les aseguro
—respondió Jesús—que todo el que por mi causa y la del evangelio haya dejado
casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o terrenos, recibirá cien veces
más ahora en este tiempo (casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos,
aunque con persecuciones); y en la edad venidera, la vida eterna. Pero muchos
de los primeros serán últimos, y los últimos, primeros.
Leer este pasaje de hoy irremediablemente me lleva a remontarme al texto de
Job, cuando al final del libro y después de toda la aflicción a la que ha sido
sometido este personaje, por su fidelidad a Dios, lo que le había sido quitado
se le restituye también tres veces más (descendencia, bienes económicos…), así
sería un recurso muy utilizado el referir que la fidelidad a Dios tiene un
premio final a pesar del sufrimiento. Por eso para el evangelista es posible
contestar a la pregunta de Pedro aludiendo que sus sufrimientos, sus
separaciones y su pérdida de dinero y posesiones, finalmente tendrán un premio
que será pagado en vida y que también se recibirá ad eternum. Aunque nosotros
sabemos que realmente hay sufrimiento que no recibe ningún tipo de paga y que
hay pérdidas que jamás pueden ser repuestas, por tanto también hay que atender
al ejercicio de la fe no como el que espera tener una vida de rositas sino como
el convencimiento personal de quien de su encuentro con Dios quiere hacer modo
de vida, elección vital.
Es la gran pregunta: ¿Qué de nosotros? Y cada generación, cada vida, cada
persona termina por hacerse esta pregunta cuando acechan las dudas y todos nos
preguntamos si verdaderamente vale la pena, servirá de algo… Y nos pasa cuando
cambiamos de trabajo; cuando por motivos X hay que separarse de famila, de
hijos; cuando se inicia una nueva etapa en la vida; cuando se rompe una
relación sentimental… Y si esto sucede con las cosas terrestres, cuánto más con
las cosas celestes y más si tenemos en cuenta que es un viaje muy largo hacia
una meta que, además, no podemos ver ni nadie nos ha dicho como será.
También podría ser una pregunta que surge a razón de lo que suponía aquella
vida: una vida de servicio, de lucha a favor de los marginados, de los pobres…
durmiendo a veces en el raso, comiendo a veces escaso, y siendo perseguidos,
mal vistos, abucheados e incomprendidos, ¿locos? ¿Realmente vale la pena seguir
a este nazareno en lugar de volver al cumplimiento de la Torah? ¿Será cierto lo
que predica y enseña este hombre? Bien, en sí es lo que sucederá también con
Juan el Bautista cuando estaba preso y manda a los suyos a preguntar a Jesús si
era el Mesías o no. Lo más humano y lo más normal es que nos salgan dudas. Así,
también, con los antiguos y los patriarcas, con Gedeón, con Moisés, o con los
profetas…
¿Se puede tener una fe ciega? Huy! Ya vemos lo que hacen los que tienen una
fe ciega, y es que si no surgen dudas no hay posibilidad de hablar, de razonar,
de sopesar y de decidir. Y lo primero que hace decidir por Dios es una duda,
cuántas más no sobrevendrán en el camino que es la vida y la opción por Él. Así
que no nos turben las dudas, ni nos extrañe el no saber. Pablo dirá que si
alguien se cree firme, que tiemble.
Bien, no puedo prometer que siguiendo a Cristo uno vaya a recibir un sinfín
de premios y propiedades, lo que sí puedo prometerles es que si deciden por
Cristo les vendrán las dudas.
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