LUCAS
11, 29 – 32: Como crecía la multitud,
Jesús se puso a decirles: «Ésta es una generación malvada. Pide una señal
milagrosa, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Así como Jonás fue una
señal para los habitantes de Nínive, también lo será el Hijo del hombre para
esta generación. La reina del Sur se levantará en el día del juicio y condenará
a esta gente; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la
sabiduría de Salomón, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón. Los
ninivitas se levantarán en el día del juicio y condenarán a esta generación;
porque ellos se arrepintieron al escuchar la predicación de Jonás, y aquí
tienen ustedes a uno más grande que Jonás.
El autor recurre, en este pasaje, a la literatura
profética para escenificar la poca estima que los fariseos y demás tenían por
Jesús, a quien solicitaban una señal. Es de suponer que si Jesús hubiera dado
una señal ellos pedirían otra y otra y otra, sucesivamente. ¿Cuántas veces,
ocurre, que para creer en alguien se pide una señal? ¿Verdad? En el amor, sin
ir más lejos, cuántas relaciones se suceden cada día bajo la perspectiva de la
señal: si dices que me quieres tienes que…, si tanto me amas tendrás que…, no
puedo saber que me quieres si no… Y se piden pruebas y más pruebas, un bucle
que nunca se sacia.
Tenemos el día de San Valentín, los ramos de rosas, los perfumes, las
corbatas, la pluma estilográfica, el maletín, ropa… señales que pretenden
demostrar el amor de uno con el otro, o de una con aquel. Tienes que llamarme,
que abrazarme, que sacarme, que escucharme, que acercarte… más señales a
petición para seguir demostrando amor. Tienes que cambiar esto, que ser así,
que ganar más dinero, que estar por tu familia, que prescindir de los
amigos/as, que regresar pronto a casa… todavía más señales. Señales y señales y
señales… y nunca acabamos porque no son suficientes. Ninguna lo es.
No sé si llamarlo egoísmo, o si emparejarlo con algún tipo de enfermedad
obsesiva, el caso es que al final el ser humano somete al ser humano, lo vemos
en lo personal, en lo social, en lo laboral, en lo político, en lo religioso…
Se establece una relación de dominio, de deseo y de expectativa. Lo que yo
espero, lo que yo quiero, lo que yo necesito… y nunca es suficiente, lo que me
contenta por un tiempo tiene fecha de caducidad y cuando llega ese día, se
despierta nuevamente el apetito: ÑAM, ÑAM, ÑAM! Somos insaciables, libres y
esclavos.
No conozco comportamiento más animal que este desenfreno de relaciones que
esperan algo del otro. Existe una persona que demanda, que reclama, que quiere
y otra persona que va a la deriva sin poder cubrir lo que de él, o ella, se
espera y acaba ahogado/a. Después de una vida de señales aquella relación se
rompe y sólo queda el llorar ¿y qué hubo? Quizás hubo estima, cariño,
proximidad, complicidad… pero no hubo amor, en tanto una parte tuvo que dejar
de ser ella y perdió su identidad, su originalidad.
¿Quiénes somos para hacer sufrir al otro/otra?¿Quiénes somos para reclamar
señales? ¿Y qué son las señales sino un placebo? Si Dios nos ama tal y como
somos, si Dios no pide señal a nadie, si Dios no coacciona y nos hace
originales, si Dios promueve nuestra libertad ¿Por qué existen estas relaciones
de dependencia, de interés?
No hay otra señal que yo mismo, no hay otra señal que lo que tu eres. Si es
que yo quiero amarte, que lo sea incondicionalmente, por lo que cada uno es,
sin pretender ningún cambio, sin pedirte que hagas, que compres, que consigas,
que transformes porque no tengo ningún derecho a hacerlo. Incluso si querer lo
mejor de ti puede resultar una señal no lo quiero, se lo que eres, vive como
eres, ámame como eres.
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