MARCOS
6, 7 – 13: Jesús recorría los alrededores, enseñando de
pueblo en pueblo. Reunió a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos,
dándoles autoridad sobre los espíritus malignos. Les ordenó que no llevaran
nada para el camino, ni pan, ni bolsa, ni dinero en el cinturón, sino sólo un
bastón. «Lleven sandalias —dijo—, pero no dos mudas de ropa.» Y añadió: «Cuando
entren en una casa, quédense allí hasta que salgan del pueblo. Y si en algún lugar no los reciben bien o no
los escuchan, al salir de allí sacúdanse el polvo de los pies, como un
testimonio contra ellos.» Los doce salieron y exhortaban a la gente a que se
arrepintiera. También expulsaban a
muchos demonios y sanaban a muchos enfermos, ungiéndolos con aceite.
Oriente es tierra de simbolismos y de acciones
apegadas tanto a lo civil como a lo religioso. Costumbres para purificar
alimentos, para lavarse, para saludarse, para despedirse, para dar por zanjada
una comida, para comentar las Escrituras… Quizás, por ello, sea más
clarificador tratar este pasaje desde Mateo o Lucas si es que se quiere hacer
una hermenéutica del pasaje que hoy nos presenta el evangelio. Además podremos
observar en los otros autores cómo la escena es mucho más rica en gestos y
descripciones, situándonos en el ámbito contextual para entender mejor la
escena.
Nosotros caminamos hoy en clave de desprenderse.
Mateo pondrá en palabras de Jesús a estos doce: “de gracia recibisteis, dad de
gracia”, una sentencia sublime con la que Jesús reclama gratuidad y generosidad
a cualquier discípulo suyo ante cualquier circunstancia o realidad que se
encuentre. Es por esto que les ordenará que no lleven nada para el camino, ni
pan, ni bolsa, ni dinero, sino sólo un bastón. Bajo estas mismas órdenes, todos
somos más o menos generosos cuando tenemos de sobra, tanto para quien necesita
como para nosotros. La generosidad desde la abundancia, si bien tiene el mismo
valor como hecho en sí, resulta algo más cómoda porque hacerte participar a ti
de lo mío no va a repercutirme en una peor situación.
El corazón de estos doce, viene a decir Marcos,
ya era especialmente afín al de Jesús. Entre estas primeras comunidades era muy
común que compartieran comida, techo y la bolsa del dinero que, aun escasa,
debía contener de todo el montante una parte para los más necesitados. Recordad
el pasaje de la última cena, en el momento de la marcha de Judas, cuando los
discípulos creen que como Judas era el depositario de la bolsa habría marchado
a dar algo a los pobres (Confer Juan 13, 29). Vemos, por tanto, esta práctica
de donación cómo se realizaba dentro de la normalidad del grupo.
En este caso, ahora, Jesús los envía sin dinero,
sin sustento, ni para comer, ni para ofrecer, ni para comprar. También los
envía sin bolsa y con sólo una túnica, tampoco pueden vender.
Cambia necesariamente nuestra perspectiva con o
sin sustento, con o sin dinero. Cambia por nuestro apego a la seguridad que nos
ofrece algo de suelto para vivir, para comer, para movernos. El dinero es parte
fundamental de la existencia humana, como el respirar o el comer. Separa a
ricos de pobres, zonas altas de zonas bajas, futuro e inversión de sequía y
devastación… Nuestra vida gira en torno a muchas cosas y el dinero juega, para
nosotros, un doble papel entre aquello que nos complace (comprar un coche, una
casa, ropa, salir a comer…) y aquello que nos preocupa (las facturas de la luz,
gas, agua, hipoteca, impagos…).
En un ejercicio de austeridad podría perfectamente pasar sin aquello que me
complace, dedicar menos dinero a mis placeres o incluso hacer limosna,
donaciones o ayudar en mayor medida que la mía propia. Pero ¿podría pasar sin
aquello que me preocupa?
Ayer leía un libro de Nowmen, Aquí y Ahora de la editorial San Pablo. El
autor preguntaba “qué pasaría si perdiera mi trabajo, faltara dinero, si la
economía se hundiera o si estallara una guerra? Este “qué pasaría si” nos
tienen atados a un pasado inalterable y nos dificulta un futuro impredecible.
La vida real, pero, tiene lugar aquí y ahora, tanto si el momento es difícil
como si es fácil. Jesús ha venido a descargarnos de estos fardos del pasado y
de las preocupaciones del futuro”.
Este es el ejercicio al que nos invita la reflexión del pasaje de Marcos.
Estar vacíos, sin absolutamente nada. Aprender a vivir con la vaciedad, escuchar
mi corazón sin ligazones materiales ni premuras o necesidades vanas. Salir sin
nada para encontrarme conmigo, vivir con lo justo y compartirme. Porque cuando
no tengo nada material que darte, sólo puedo darme yo mismo.
Desde la radicalidad del evangelista aprendamos a darnos, a entregarnos y a
donarnos como Jesús quiere enseñarnos. No quiero nada material de ti, te quiero
justamente a ti.
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