Marcos 5, 35 – 43:
Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos
diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo
que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe.» Y
no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el
hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el
alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les
dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.» Y se
burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre
de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando
la mano de la niña, le dice: «= Talitá kum =», que quiere decir: «Muchacha, a
ti te digo, levántate.» La muchacha se levantó al instante y se puso a andar,
pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió
mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.
Ayer dejamos este pasaje, que
partiremos en estos dos días, en la polémica que ocurre cuando el poder, los
poderosos se hallan interpelados por la realidad social que, sin poder
obviarla, deben afrontar como suya. Pasaré absolutamente por alto el relato de
la mujer que toca el manto de Jesús y queda libre de su azote porque siempre lo
he considerado como un texto, o llamémoslo situación, que el evangelista
transmite para que nosotros podamos intuir que, a veces, nuestra fe tiene que
afirmarse para que Jesús obre el milagro. Jairo, un principal y persona
formada, culta, podría creer más o menos en tanto la ayuda que le pide al
nazareno y el relato de esta mujer del flujo de sangre hace de puente entre las
dos etapas del itinerario de Jairo y su hija: la petición de ayuda y el
milagro.
La muerte de un hijo, estar presente
en la muerte de una hija en este caso, debe ser uno de los tragos más amargos
que un padre o una madre pueden sufrir en la aventura de la existencia. Esta
figura que desgarra el alma la utiliza el evangelista para situarnos en la
grande pérdida que una persona puede padecer y ante la que no queda
indiferente, una situación que incluso puede llevar al sufriente a buscar en
los lugares más inverosímiles las soluciones o las posibilidades más
inquietantes. La muerte, caso extremo, afecta a todo el mundo y nada tiene el
poder que hacer ante la pérdida y el desquebrajo del corazón porque todos,
absolutamente todos, lloramos. Son situaciones para las que no estamos
preparados, que podemos asumir mejor o peor, y que nos acercan como seres
humanos a una misma experiencia. Toda distancia queda reducida, abreviada,
empequeñecida.
Esta muerte puede ser para Jairo y
para el evangelista muchas cosas. Sin duda que es un batacazo al que nos expone
ser vivientes, en este caso particular puede proponernos el final de un camino
que ha emprendido Jairo de deshumanización. El poder, el gran tirano social,
puede corroer tanto, corromper de tal manera que, poco a poco, voy perdiendo mi
condición humana y me insensibilizo, hasta el punto de que lo único que me hará
reaccionar será sufrir la muerte de mi hija. ¿Verdad? Cuando el ser humano
pierde su esencia responsable ante la vida se desfigura y cae en una profunda
borrachera de identidad. Marcos quiere decirnos que cuando alguien se ha
estancado en la injusticia necesita de un grito singular que lo despierte y lo
ayude a regresar a su condición sensible, humana. Aquellos que han dejado de
tocar o de abrazar la realidad han perdido la perspectiva del corazón y se han
endurecido, envanecido y pervertido.
Incluso, cuando esta hija se “despierta”
Jesús manda que le den de comer, porque todo este tipo de situaciones que se malviven
debilitan al ser humano que ya no recibe nutrientes, ni vitaminas, ni tan
siquiera lo necesario para comer. Es por ello que cuando conocen los datos de
la mortalidad infantil se quedan impasibles, indiferentes y conformados (“no
molestes al maestro, tu hija ha muerto”).
Bien, no quiero llevar más allá esta
meditación de dos días, tenemos elementos de sobra para acabar entendiendo que
estos del poder también necesitan ayuda y a pesar de lo mucho que me pueda
gustar ir contra ellos, debo entender que en esa batalla no soy mejor que
ninguno. Quizás pueda ser como alguno de esos tres apóstoles que entran con
Jesús, que aparecen como el elemento extraño por más que queramos verlos en
plena lección de crecimiento de su fe.
Hay una triple mediación de Jesús: con
la fe de los pobres y de los poderosos, con lo que supone molestar al poder (o
incomodarlo) y respecto de las situaciones que nos deshumanizan y que terminan
con la persona. Estas tres situaciones desean acabar en intención, en perdón y
en resurrección. Por tanto, el evangelista, nos propone un itinerario para
nuestra reacción y para que no necesitemos ninguna experiencia de muerte que
nos haga reaccionar.
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