MARCOS
1, 12 – 15: En seguida el Espíritu lo impulsó a ir al
desierto, y allí fue tentado por Satanás durante cuarenta días. Estaba entre
las fieras, y los ángeles le servían. Después de que encarcelaron a Juan, Jesús
se fue a Galilea a anunciar las buenas nuevas de Dios. «Se ha cumplido el
tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas
nuevas!»
El concepto de los cuarenta días de penitencia es
una herencia que parte de la antigua tradición del pueblo de Israel, cuando
tras huir de Egipto estuvieron cuarenta años dando vueltas por el desierto.
Tiempo después, leemos, es Jesús el que tras ser bautizado marchará cuarenta
días al desierto para ser tentado. Y ahora somos nosotros, que en tiempo de penitencia,
celebramos la cuaresma como un tiempo de carácter bautismal, de adhesión a
Cristo. En cualquier caso no hacemos sino dar vuelta sobre vuelta a esta
tradición que nos llama a pasar de la esclavitud de nuestro Egipto a la
libertad que se cumple en Jesús, quien derrota al pecado, por ello nuestros
cuarenta días terminan con su resurrección, con su victoria.
Necesitamos desiertos. En este tiempo concreto,
en este siglo determinado, en esta sociedad del consumo necesitamos desiertos.
Necesitamos espacios que nos aparten de la vorágine de este momento en el que
el tiempo parece haberse acelerado. Entre problemas, batallas del diario,
celebraciones, gimnasios, familia, whatsupp y redes sociales, el tiempo se nos
consume a un ritmo vertiginoso y ahora las hipotecas ya no las afrontan los padres
sino que también los hijos a quienes vamos a dejar una herencia medida en
tiempo. De los cuarenta años en el desierto a los cuarenta años pagando
hipoteca.
Nuestro Egipto es el de afincarnos en esta
propuesta de vida actual, es permitir la crisis, aceptar la bochornosa escena y
sistema político, permitir que no se respete al ser humano, o que la justicia
ande más preocupada por salir en televisión que por ayudar a quienes se quedan
en la calle. Nuestro Egipto es pagar por este tiempo de vida, de vivienda, de
educación y de felicidad. Nuestro Egipto es también quejarnos sin hacer nada,
hablar y quedarse quieto, o poder votar y no cambiar las cosas. Nuestro Egipto,
además de ser duro, resulta que vive engañado. Nuestro Egipto, como el de los
antiguos, también construye pirámides.
Alcancemos a ver el desierto como un espacio en
el que no hay nada, puedes llamarlo meditar, entrar en ti mismo, acceder al
subconsciente, yoga, alineación de chakras… Es tu espacio interior, tu
intimidad y es la parte fundamentalmente nuestra que algunos llaman conciencia.
Este desierto nos llama a salir de lo habitual, de las prisas, del móvil, de
los impagos y del no llego. Este desierto viene a nosotros como un espacio
amplio en el que puedo conocerme, sentirme, oírme y volver a amarme. Es un lugar
propicio de encuentro espiritual y es también un lugar de relación. Y este
desierto no está lejos, sino que vive en mí.
Marcos dice que en ese desierto estaremos entre
las fieras pero que nos servirán los ángeles, es por tanto un lugar de decisión
en el que podré valorar la malo y lo bueno, pros y contras. Es una propuesta de
balance. Llegar a ese desierto es la garantía para afrontar luego esta vida
porque fui capaz de sopesarla, de entenderla y de decidirla en libertad.
Las prisas son un mal en este mundo que sólo
sirven para llegar a malas decisiones, también son una excusa para los
poderosos que permite relativizar sus escándalos. El tiempo vuela y yo tengo
que correr, parece que no puedo detenerme a pensar con tantas obligaciones.
Pero hoy Dios me invita a parar, a detenerme y a tomar conciencia de la
necesidad de hacer un parón en mi vida parar recuperar mi espacio en el mundo,
para reivindicar mi libertad de Egipto, para atender al corazón y sanarlo. Me
llama a vivir la experiencia espiritual, a escuchar su voz a meditar las cosas.
Quiere que sea consciente de la vida, de lo que es importante, de lo que merece
la pena y me da este tiempo de desierto, para que una vez regrese pueda afrontar
la vida que tengo por delante.
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