MARCOS
6, 53 – 56: Después de cruzar el lago, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron
allí. Al bajar ellos de la barca, la
gente en seguida reconoció a Jesús. Lo siguieron por toda aquella región y,
adonde oían que él estaba, le llevaban en camillas a los que tenían
enfermedades. Y dondequiera que iba, en pueblos, ciudades o caseríos, colocaban
a los enfermos en las plazas. Le suplicaban que les permitiera tocar siquiera
el borde de su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos.
Las plazas eran, antiguamente, el lugar de reunión de cada pueblo. Hoy en
día encontramos esta tradición todavía viva en algunos pueblos, sobretodo de
interior, en el que tal día se celebra el mercado o tal otro se reúnen los
ganaderos y almuerzan… También son un punto de reunión para los chicos y chicas que entran o salen
de clase y, si profundizamos, la plaza es el lugar tanto de lo bueno como de lo
malo (los primeros tragos, el primer cigarro, las bandas…). Que alguien hablara
en un plaza le otorgaba una cierta autoridad e indicaba que aquella persona
gozaba de una determinada condición social. ¿Dónde sino en las plazas podían
agolparse a los enfermos para que esperaran a Jesús?
La plaza es, también, el lugar en el que ocurren mis más importantes
decisiones, ahí habla la razón mientras escuchan los argumentos y luego
discuten. Interiorizar este ámbito geográfico determinado, la plaza, me permite
dibujar el escenario de desarrollo de muchos acontecimientos. Incluso propicia
un lugar de encuentro con Jesús o con el sosiego final de una jornada que
empezó corriendo por las laberínticas callejuelas de esa ciudad extraña que es
mi vida.
En el centro cuando la plaza es pequeña hallo una fuente, aunque el agua
que brota de ella no siempre sacia mi sed. Cuando era pequeño y había corrido
un rato detrás del balón recuerdo que siempre íbamos cuatro o cinco a beber agua,
agua fresca y limpia, y mientras nos secábamos la boca con la manga de la
camisa uno se sentía satisfecho y a seguir jugando. Conforme he ido creciendo
en muchas ocasiones me ha parecido necesitar menos agua, en otras el agua que
he bebido no supo a nada y hubo veces en las que estuve yendo a beber muchas
veces seguidas porque cuando me apartaba de la fuente, ante mí, había un largo
y soleado desierto.
La semana pasada pensé: ¿Qué ocurre cuando comes una manzana?, - Que encuentro agua, si? Pues esa es la razón
por el que la gente seguía a Jesús por las plazas cargando con sus enfermedades
y por las que yo muchas veces me siento sediento.
Jesús fue un hombre de Nazaret que vivió en una región bastante desértica
en donde el agua jugaba un papel fundamental. Así que los asentamientos, los
pueblos, debían configurarse alrededor de un pozo, o cerca de él. Jesús
aprendió algo mientras crecía en el seno de aquella sociedad: aprendió a ser
pozo. Jesús aprendió a no acudir de pozo en pozo mientras caminaba, hasta el
punto que pasa a ofrecer agua a la samaritana delante del pozo de Jacob: del
agua que yo te daré no tendrás sed jamás. Jesús aprendió a ser un pozo al que
la gente podía acudir a saciar su sed porque su agua emana vida.
Jesús va cambiado, paso a paso, la configuración de nuestras
interioridades. Desplaza nuestra vida desde los lugares apartados hacia nuestro
centro más propio en el corazón. Jesús tiene esa particularidad equilibrante
que sucede en el ser humano. Venimos de muchas etapas, de días largos, de
jornadas difíciles…
hoy es domingo, tiempo de beber y reposar en la plaza.
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