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domingo, 8 de febrero de 2015

MARCOS 6, 53 EL AGUA Y LA PLAZA

MARCOS 6, 53 – 56: Después de cruzar el lago, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron allí.  Al bajar ellos de la barca, la gente en seguida reconoció a Jesús. Lo siguieron por toda aquella región y, adonde oían que él estaba, le llevaban en camillas a los que tenían enfermedades. Y dondequiera que iba, en pueblos, ciudades o caseríos, colocaban a los enfermos en las plazas. Le suplicaban que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos.



Las plazas eran, antiguamente, el lugar de reunión de cada pueblo. Hoy en día encontramos esta tradición todavía viva en algunos pueblos, sobretodo de interior, en el que tal día se celebra el mercado o tal otro se reúnen los ganaderos y almuerzan… También son un punto de reunión  para los chicos y chicas que entran o salen de clase y, si profundizamos, la plaza es el lugar tanto de lo bueno como de lo malo (los primeros tragos, el primer cigarro, las bandas…). Que alguien hablara en un plaza le otorgaba una cierta autoridad e indicaba que aquella persona gozaba de una determinada condición social. ¿Dónde sino en las plazas podían agolparse a los enfermos para que esperaran a Jesús?

La plaza es, también, el lugar en el que ocurren mis más importantes decisiones, ahí habla la razón mientras escuchan los argumentos y luego discuten. Interiorizar este ámbito geográfico determinado, la plaza, me permite dibujar el escenario de desarrollo de muchos acontecimientos. Incluso propicia un lugar de encuentro con Jesús o con el sosiego final de una jornada que empezó corriendo por las laberínticas callejuelas de esa ciudad extraña que es mi vida.

En el centro cuando la plaza es pequeña hallo una fuente, aunque el agua que brota de ella no siempre sacia mi sed. Cuando era pequeño y había corrido un rato detrás del balón recuerdo que siempre íbamos cuatro o cinco a beber agua, agua fresca y limpia, y mientras nos secábamos la boca con la manga de la camisa uno se sentía satisfecho y a seguir jugando. Conforme he ido creciendo en muchas ocasiones me ha parecido necesitar menos agua, en otras el agua que he bebido no supo a nada y hubo veces en las que estuve yendo a beber muchas veces seguidas porque cuando me apartaba de la fuente, ante mí, había un largo y soleado desierto.

La semana pasada pensé: ¿Qué ocurre cuando comes una manzana?, -  Que encuentro agua, si? Pues esa es la razón por el que la gente seguía a Jesús por las plazas cargando con sus enfermedades y por las que yo muchas veces me siento sediento.

Jesús fue un hombre de Nazaret que vivió en una región bastante desértica en donde el agua jugaba un papel fundamental. Así que los asentamientos, los pueblos, debían configurarse alrededor de un pozo, o cerca de él. Jesús aprendió algo mientras crecía en el seno de aquella sociedad: aprendió a ser pozo. Jesús aprendió a no acudir de pozo en pozo mientras caminaba, hasta el punto que pasa a ofrecer agua a la samaritana delante del pozo de Jacob: del agua que yo te daré no tendrás sed jamás. Jesús aprendió a ser un pozo al que la gente podía acudir a saciar su sed porque su agua emana vida.



Jesús va cambiado, paso a paso, la configuración de nuestras interioridades. Desplaza nuestra vida desde los lugares apartados hacia nuestro centro más propio en el corazón. Jesús tiene esa particularidad equilibrante que sucede en el ser humano. Venimos de muchas etapas, de días largos, de jornadas difíciles… 
hoy es domingo, tiempo de beber y reposar en la plaza.

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