MARCOS
6, 1 – 6: Salió Jesús de allí y fue a su tierra, en
compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la
sinagoga. —¿De dónde sacó éste tales cosas? —decían maravillados muchos de los
que le oían—. ¿Qué sabiduría es ésta que se le ha dado? ¿Cómo se explican estos
milagros que vienen de sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María
y hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí
con nosotros? Y se escandalizaban a causa de él. Por tanto, Jesús les dijo: —En
todas partes se honra a un profeta, menos en su tierra, entre sus familiares y
en su propia casa. En efecto, no pudo hacer allí ningún milagro, excepto sanar
a unos pocos enfermos al imponerles las manos. Y él se quedó asombrado por la incredulidad de
ellos.
Esta mañana estaba leyendo este pasaje en el
semillero donde su autor hablaba que siempre encontraremos el rechazo de los
demás, más cuando no seamos del “montón”. Bien, no creo que ese sea el mensaje
de este pasaje del evangelio, no hay por dónde sujetar esa afirmación del
rechazo y ser o no del “montón” no tiene mayor relevancia ante un hecho al que
todos estamos expuestos no por ser cristianos o… sino porque el rechazo, forma
parte de nuestro abanico de posibilidades de actuación. Incluso, rechazar tiene
connotaciones varias relativas a la ignorancia, al desprecio, a la protección
ante un agente extraño… Es también un acto reflejo que tenemos los humanos de
actuar cuando algo nos hace daño (o no comprendemos).
En el seno de nuestra sociedad moderna, dentro
del marco europeo por ejemplo, no podemos usar la palabra rechazo cuando el
cristianismo es una de las creencias más extendidas y confesadas de toda la
oferta religiosa que existe. Hay ambientes en los que la creencia de una
determinada persona se radicaliza y, por tanto, hay rechazo ante cualquier otra
propuesta. Esto ocurre en los entornos cristianos, islámicos, ateístas… No hay
mayor distancia entre ellos que el poco deseo de convivencia confesional y esos
límites estructurales repercuten en no admitirse entre ellos.
Aunque, vemos, estamos dentro del ámbito de la
discusión ordinaria. Rechazar una idea no es rechazar a una persona, defender el
ideal no es dejar de amar y todo lo que sea sano, limpio y correcto forma parte
de esa libertad con la que el ser humano ha sido diferenciado de la creación.
La autonomía, que es tan diferencial, también lleva pegada la posibilidad de
rechazo. Costumbres diferentes, gustos diferentes, formas de vestir dispares,
pensamientos no coincidentes… Esta es la idea, puede haber rechazo al Jesús
profeta porque en aquella sociedad nada indicaba acerca de un mensajero de Dios
en Nazaret, aunque no haya rechazo a la persona, hijo de José el carpintero. Un
pasaje circunstancial o de transición que no debemos espiritualizar en
negativo, porque esa posibilidad de negación también es don de Dios y, a veces,
parecemos olvidarla.
No hay que ver enemigos en todos lados, pecaremos
de psicosis. En la persona de Jesús hubo quienes creyeron y quién no. De hecho,
a partir de su muerte y resurrección, estamos los que hemos creído y formamos
parte de esta nueva religión que Él no vino a fundar. No es lícito decir que
por mi condición de cristiano voy a ser perseguido, considero que es afrentar
contra todos aquellos que han sufrido o sufren, incluso hoy, persecución por
defender su credo (sea cual sea), su causa. A esta altura de siglo deberíamos
superar alguno de estos paradigmas que tenemos tan asumidos para valorar la
vida, las personas y la libertad de ellas de modo que abarque todas las
posibles respuestas con naturalidad. ¿Seguir a Cristo me convierte en
perseguido? Y seguir a Budha? O ser de una inclinación política u otra? O
independentista?... Sería vender mal el pescado si tan a la ligera muestro mi
condición de perseguido o repudiado por el mundo que me rodea, la gente que
está a mi lado, la cultura, el tiempo, la política… Porque ese rechazo del que
hablo lo ejerzo yo primero cuando niego al mundo que, pienso, el Señor quiere
liberar.
Diría… cabeza, por no rasgarme la camisa.
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