MARCOS
7, 1 – 13: […] Ustedes han desechado los mandamientos
divinos y se aferran a las tradiciones humanas. Y añadió: —¡Qué buena manera
tienen ustedes de dejar a un lado los mandamientos de Dios para mantener sus
propias tradiciones! Por ejemplo, Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre”,
y: “El que maldiga a su padre o a su madre será condenado a muerte” Ustedes, en
cambio, enseñan que un hijo puede decirle a su padre o a su madre: “Cualquier
ayuda que pudiera haberte dado es corbán”(es decir, ofrenda dedicada a Dios). En
ese caso, el tal hijo ya no está obligado a hacer nada por su padre ni por su
madre. Así, por la tradición que se transmiten entre ustedes, anulan la palabra
de Dios. Y hacen muchas cosas parecidas.
El mandamiento de Dios es uno, dice Jesús, aunque
añade otro que es igual que el primero. Es tan importante, que en lugar de dos
parece que sólo tenga sentido decir uno solo: Amarás a Dios con todo tu
corazón, todas tus fuerzas y toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo. Más
allá de este gran mandamiento todo lo demás tiene a ver más con aspiraciones
humanas que con la verdad de Dios que pasa por el Amor. Para explicar qué es el
Amor no hace falta escribir un libro, ni justificar una nación, ni hablar de
pecado original, de batallas y/o profetas, de comunidades… Porque quien
proclama la certeza del Amor vive en comunión con Dios y todo lo demás es
accesorio, circunstancial y prescindible. Importa amar, que implica darse, ser
generoso, preocuparse por, donarse, ofrecerse… El Amor es la causa y fin del
mundo y de los seres humanos, todo hecho por amor y para amar.
Las diversas religiones tratan de re-ligar al ser
humano con Dios, a establecer un puente de comunicación a través de la
doctrina, de la oración, de las praxis… Crean un grupo de individuos para
quienes alcanzar la verdad sólo se podrá hacer de una manera y así con cada
confesión hasta llegar al abanico plural que hoy en día cubre la tierra, desde Oriente
hasta Occidente. El conjunto de todas presenta muchas imágenes de Dios pero en
lugar de enriquecerse una con la otra, se debaten en pleitos defendiendo la
unicidad de cada una, su veracidad. El camino a Dios aparece, desde hace muchos
siglos, trabado por las tradiciones de los hombres que han arrancado del pueblo
la posibilidad de acceder a Dios con libertad, según el corazón de cada
persona.
No puedo decir que la doctrina de los fariseos es
peor que la mía, porque la mía también deja mucho que desear y también hiere,
roba y miente. Pareciera que con el paso de los tiempos deberíamos haber sido
capaz de contestar autónomamente a este poder de lo religioso para reivindicar
nuestra libertad de propuesta al Amor de Dios. Y aunque sea propio del ser
humano temer a lo desconocido, el tiempo ha ido cubriendo ese interrogante
hacia lo desconcertante con tradiciones, leyes, estatutos y caminos. No hay
espacio para mirar más allá del horizonte ni imaginación para hallar un camino
de verdad. Sólo queda el reflejo que irradian toda una serie de hombres y
mujeres especiales que mantienen viva la llama del Amor entendido desde la
libertad, cultivado por Dios.
A pesar de que sean tiempos de apertura y de
diálogo interconfesional y religioso, deberíamos traspasar ya los tiempos del
acercamiento para encontrarnos definitivamente. Toda actitud es buena si
finalmente consigue su cometido y alcanza a destruir murallas entre hermanos,
pero de eso somos todos conscientes. Personalmente creo que todo este tiempo de
diálogo ya tendría que estar superado más allá de lo puramente estatutario. Hay
que lanzarse al mundo, a cada persona, a cada lugar para compartir la mesa que
alimenta la fe de unos y la fe de otros. Sí, algunos tendrán una indigestión…
pero muchos comprenderemos que legar a Dios no es exclusivo.
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