MARCOS
1, 40 – 45: Un hombre que tenía lepra se le acercó, y de
rodillas le suplicó: —Si quieres, puedes limpiarme. Movido a compasión, Jesús
extendió la mano y tocó al hombre, diciéndole: —Sí quiero. ¡Queda limpio! Al
instante se le quitó la lepra y quedó sano. Jesús lo despidió en seguida con
una fuerte advertencia: —Mira, no se lo digas a nadie; sólo ve, preséntate al
sacerdote y lleva por tu purificación lo que ordenó Moisés, para que sirva de
testimonio. Pero él salió y comenzó a hablar sin reserva, divulgando lo
sucedido. Como resultado, Jesús ya no podía entrar en ningún pueblo
abiertamente, sino que se quedaba afuera, en lugares solitarios. Aun así, gente
de todas partes seguía acudiendo a él.
Nos reencontramos con el leproso este domingo de febrero y entenderemos de
los actos de Jesús, según el evangelista, a tocar la realidad de mi entorno,
tanto la que está sana como la que está enferma. La enfermedad ya no es un
escándalo como lo fuera para aquella tradición del antiguo Israel sino que
ahora el asombro viene de mi participación de la enfermedad. Hoy en día este
escándalo vive más diluido, pero en aquel entonces al enfermo se le atribuía un
estatus de impureza que el enfermo, además, tenía que pregonar por las calles
diciendo: IMPURO, IMPURO, IMPURO. Dios, en el arranque de esta nueva era, se
presenta al mundo (y al mundo religioso) con dos atribuciones radicales
respecto de cómo se le tenía que entender a partir de entonces: 1) es un Dios
encarnado en una persona y 2) es un Dios próximo, capaz de tocar allí donde
nadie quiere.
Jesús reivindica esa voluntad aproximativa con el SI QUIERO, claro que
quiero. En el diálogo entre la enfermedad y el gran médico se establece una
relación de amor que, además, acaba con la solitud de aquellos que habían sido
deshumanizados a causa de sus dolencias. La voluntad amorosa de Dios devuelve
al enfermo la salud y su condición de ser humano.
Nuestro horizonte no es tan diferente al de estos antiguos, cada década ha
tenido sus apartados, sus excluidos, y lamentablemente sigue siendo algo normal
quitarle a las personas su dignidad y su condición. No tengo que viajar
demasiado para encontrarme esta realidad, hoy a la pobreza y al hambre se le
suma, por ejemplo, el desahucio, privar a la gente de aquel derecho reconocido
de tener acceso a una vivienda digna. ¿Dónde están los alquileres
sociales?¿Dónde la voluntad negociadora de los bancos?¿Dónde la misericordia,
la compasión o el amor? Bien, también podría preguntar que dónde está el
activismo de la Iglesia. Esta es otra, la Iglesia de los pobres dónde actúa en
esta realidad social porque así como las parroquias de base trabajan todo lo
que pueden, necesitan más implicación del poder y del patrimonio de la Iglesia.
Tocar o no tocar, ahí reside la capacidad de consuelo de unos y otros. Ahí
vive la caridad y la compasión porque todo este trabajo social de base convive
en el mismo suelo de la miseria, dándolo todo. Conozco muchas personas y obras,
parroquias y colectivos que se vacían por un enfermo, por un hambriento, por un
preso, por un drogadicto. Dios, que toca la realidad con su SI QUIERO, también
toca el corazón de sus hijos e hijas que son movidos por la ternura de aquel
que nos enseñó a entregar la vida. Hay tanto que agradecer por todas estas
personas que viven consolando!
Nuestro patrimonio son las personas, la mayor riqueza del mun
do está en el
ser humano. Esto es lo que nos enseña Jesús que ha recibido de Dios. Esta es la
voluntad de acogida que nos dibuja este pasaje, que mi corazón desee acogerte
incluso en la enfermedad. Querer tocar la lepra es querer palpar las yagas,
oler la infección y abrazar aquello que no tiene fachada de belleza, pero esa
es la implicación de Jesús y la nuestra propia, que aprenda a tocar, a respirar
y a amar a mi hermano o a mi hermana con este nuevo corazón removido por Dios
que se lleva todo prejuicio mío.
Feliz semana!!
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