MATEO
5, 20 – 26: Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados:
“No mates, y todo el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal.” Pero yo
les digo que todo el que se enoje con su
hermano quedará sujeto al juicio del tribunal. Es más, cualquiera que insulte a
su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Pero cualquiera que lo maldiga
quedará sujeto al juicio del infierno. »Por lo tanto, si estás presentando tu
ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja
tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano;
luego vuelve y presenta tu ofrenda. »Si tu adversario te va a denunciar, llega
a un acuerdo con él lo más pronto posible. Hazlo mientras vayan de camino al
juzgado, no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te echen en la
cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo.
Esto de perdonar no siempre es fácil ¿verdad?,
muchas veces leo o escucho sobre el amor o sobre el perdón un mensaje muy
apartado de la realidad que vivimos y que también pasa por el sufrimiento y las
equivocaciones. En las relaciones que se tejen a lo largo de la vida hay
momentos en los que la actividad tejedora se interrumpe por una discusión, un
enfrentamiento, una desconfianza, un sentido de rabia… En esos instantes
sobreviene el dolor y se vive una situación de distanciamiento en los que
aquella relación, por una u otra causa, pende de un hilo. Jesús sería
plenamente consciente de esto en su tiempo. Él, que vivió estos episodios con
Pedro o Judas (según está escrito), también experimentó el significado de la
rotura con su Padre celestial.
Nuestra experiencia nos dice que en estas
situaciones habrá episodios de reconciliación y otros de definitiva ruptura.
Aun cuando el problema se arregla, muchas veces no se logrará seguir con la
convivencia o con la relación. Entonces, más que una orden, este pasaje nos
anima a tener una actitud diferente ante la problemática del vivir.
Perdonar no implica necesariamente continuar con
alguien, porque a pesar del perdón hay otros muchos factores implicados que
hacen complicado seguir conviviendo. Hay ocasiones en las que haber dado o
recibido el perdón no implícita salvar una relación desde el ámbito
convivencial. Entra en juego nuestra herencia relacional, las veces que nos han
hecho daño, los desengaños… Quién sabe, a veces simplemente a pesar de haberte
pedido perdón y ser perdonado no se desea nada más.
Bajo la etiqueta de este pasaje se encierran
muchos miedos nuestros, podemos incluso llegar a tapar las carencias de una comunidad,
de una familia. Muchas veces se vive con una falta de perdón, debemos
entenderla dentro de las posibilidades humanas. No hay un tiempo exacto para vivir
el perdón, a veces llega temprano y soy capaz de pedirlo o de darlo
inmediatamente, a veces llega tardío o tan siquiera llega.
Se dice que la falta de perdón nos liga, nos
encadena, nos subyuga. En cambio una actitud perdonadora libera porque camina
libre de rencor, de rabia, de enfado. Transito del presidio a la libertad,
perdono y no soy capaz de perdonar, ando cargado y otras liviano. Hasta que
pido perdón ando como escondido, cabizbajo, evito la mirada, estoy incómodo… Qué
extraño esto del perdón que una actitud, una simple actitud (una de tantas),
pueda ser tan decisiva, de tanto impacto. Hay que darlo, hay que darlo, lo sé…
pero a veces no es fácil.
Hoy el evangelista nos invita a sumergirnos en
una actitud de perdón, un perdón que se dirige hacia adentro, a lo profundo del
corazón y hacia afuera, donde residen nuestras relaciones. Nos propone una vía
más física en esa actitud de perdón hacia los hermanos y otra vía interior para
ser capaz de perdonarme. Y de todo ello nace otra experiencia que me aproxima a
la actividad misericordiosa de Dios, de la que puedo participar acogiendo el
perdón. No es un llamado a comprenderla, es una posibilidad de vivirla.
Aprender a vivir en el perdón es acercarse a la
vida de Dios, que pueda ir yo impregnándome de perdón, para ser capaz de darlo
y para ser capaz de recibirlo.
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