LUCAS
5, 27 – 32: Después de esto salió Jesús y se fijó en un recaudador de
impuestos llamado Leví, sentado a la mesa donde cobraba. —Sígueme —le dijo
Jesús. Y Leví se levantó, lo dejó todo y lo siguió. Luego Leví le ofreció a
Jesús un gran banquete en su casa, y había allí un grupo numeroso de
recaudadores de impuestos y otras personas que estaban comiendo con ellos. Pero
los fariseos y los maestros de la ley que eran de la misma secta les reclamaban
a los discípulos de Jesús: —¿Por qué comen y beben ustedes con recaudadores de
impuestos y pecadores? —No son los sanos los que necesitan médico sino los
enfermos —les contestó Jesús—. No he venido a llamar a justos sino a pecadores
para que se arrepientan.
El refranero popular español nos cita aquello de: Dime con quién andas y te
diré quién eres. Resulta paradójico que Jesús nos invite a compartir la mesa
con los publicanos y los pecadores, gente mal vista y apartada de la sociedad,
personas que en función de su vida ocupaban para los judíos los lugares entre
los más despreciados. Los publicanos porque en su trato con los paganos eran
considerados apóstatas y los pecadores porque transgredían en algún punto la
Toráh. De ser o no ser justo, en la época de Jesús, dependía toda la vida de un
judío. Publicanos y pecadores, además, no podían acceder a la sinagoga así que
no podían participar del culto a Dios ni de la lectura de los salmos.
Lucas nos cita cómo Jesús traslada ese lugar cultual a una mesa alrededor
de la cual se sientan los justos y los injustos. Comparten los alimentos,
comparten la bebida y también la intimidad, la mesa representa en este pasaje el
lugar próximo que acerca a unos con otros. En aquella sociedad debemos entender
que mientras comían tocaban con sus manos una misma realidad, partiendo el pan,
acercándose alimentos, dándose de beber… el hecho es que aceptados y repudiados
celebraban la mesa como un lugar de reunión, reunión que además tenía la
presencia de un maestro.
Cómo incomoda al mundo cuando alguien con capacidad, cultura y medios
apuesta por la pobreza o atiende a los marginados, todavía hoy se discute, se
desprestigia y se pretende atentar (o dificultar) todo lo que nace de una
promoción libre y desinteresada sobre un groso de la población mundial que
viene muy bien que sigan en esa realidad. Que alguien capaz pueda dar medios a
los marginados supone el final de los privilegios de los ricos que sobre esos
pobres tiene sus intereses. Nos mueven, nos gobiernan, nos dirigen y nos
controlan ya sea con la política, con la justicia o con la economía y todos nos
movemos en la desigualdad, sometidos al sistema.
Esa misma mesa que comparte Jesús la han compartido personas como: Carlos
Múgica, Julio San Cristobal, Pere Casaldaliga, Francisco Soares, Hector Baccini,
Jorge Adur, Padre Néstor García, Padre Patricio Rice, Padre José Czerepack,
Padre Orlando Yorio, Padre Santiago Renevot, Padre Rafael Iacuzzi, Padre Julio
Suan, Padre Bernardo Canal Feijóo, Padre Luis López Molina, Padre Jaime Weeks y
Padre Francisco Jálics... personas que han dado su vida por defender la mesa de
Jesús con los pobres y los marginados, que han querido comer y beber a pesar de
la incomprensión, la persecución, la excomunión...
Cada día y en muchos lugares se prepara esta gran mesa
de Cristo, un lugar para reunirnos y compartir nuestra intimidad, en el que
somos amados y amadas, en el que beber y comer, en el que hablar y ser
escuchados, en el que justos e injustos se abrazan para olvidar el clasismo,
desapareciendo primer y tercer mundo. Somos invitados a besar esa realidad, a
desearla, a quererla.
Definitivamente seguir a Cristo también supone estos
momentos en el que la vida se celebra entorno a una mesa. Que compartir el pan
y compartir el vino sean para nosotros una prioridad respecto de la injusticia.
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