MATEO 9, 14 -15: Un
día se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron: —¿Cómo es que
nosotros y los fariseos ayunamos, pero no así tus discípulos? Jesús les
contestó: —¿Acaso pueden estar de luto los invitados del novio mientras él está
con ellos? Llegará el día en que se les quitará el novio; entonces sí ayunarán.
Durante estos próximos días leeremos fragmentos del evangelio que nos
muestran a un Jesús y unos discípulos actuando de forma diferente al resto de
grupos, esto les ocasionará discusiones de entre su mismo pueblo que no llega a
comprender lo que Jesús y los suyos hacen. Aquí se contrapone alegría y
tristeza, una tristeza que es fuente de duda y desengaño e impedimento para
escuchar la voz de Dios en el corazón, en lo profundo. De este conjunto de
nuevas enseñanzas nosotros podemos sacar una primera conclusión: es necesario
que nos vuelvan a explicar la vida.
Toda esta escenificación del Cristo y las tradiciones lleva impresa la
voluntad de vaciarnos de todo aquello que en nosotros genera un vicio. Desde
luego que el cumplimiento de la Torah podía llegar a hacer un buen ciudadano,
pero ampararse en una ley obsoleta constituye un error, un prejuicio y una mala
concepción de lo que es la convivencia social. Hay una voz de un desconocido
que me resulta extraña, que dice las cosas de otra manera, pero me hace vibrar,
tiene sentido.
El evangelista nos muestra en este pasaje dos actitudes muy diferentes, la
más festiva en el grupo de Jesús y la más vacía en el rito del ayuno farisaico.
En la intencionalidad de Jesús, en el trasfondo de esas palabras, el Señor nos
dice que incluso el ayuno (la penitencia) es motivo de celebración. Y además se
añade otra visión al acto celebrativo, déjate ver! Porque más allá de las
formas vive un Amor que me provoca alegría, porque definitivamente soy
reclamado por Dios y ello me hace feliz, pleno, aún en el tiempo de
recogimiento. Qué bueno sería entregarnos al tiempo de Cuaresma con una actitud
de vida, de gozo… porque al fin y al cabo, como terminaremos el domingo, en mi
corazón está el Reino de los cielos y vivo esa conversión que me transforma de
gloria en gloria.
Los fariseos representan la parte racional del ser humano, aquella que no
entiende que en un tiempo de penitencia uno celebre y celebre la vida. Pero es
que esta alegría que tengo brota de mi interior y no la puedo callar. Es la
buena noticia, que mi vida se transforma, que soy, que existo y quiero
compartirla, hay un deseo positivo delante de la existencia y este tiempo de
conversión me ayuda a aprender de mis errores, de las adversidades. Y lo hago
con entusiasmo, con el ímpetu de querer superar esa adversidad, ese
contratiempo, practicando la benevolencia, la comprensión y el perdón.
El tiempo nos llama a ofrecernos, a descubrirnos, a examinarnos.
Seguramente esta interiorización traerá a la superficie problemas, sacrificios,
negaciones, personas que afrontar pero tenemos la certeza viva del perdón en
nuestro corazón, un perdón incondicional en nuestra vida que nos ayudará en
todo este tránsito cuaresmal.
Celebremos, nos llama el evangelio de hoy, porque en este tiempo nuestro la
presencia del esposo vive en nuestro interior y para siempre. Que la alegría de
descubrirlo amándonos sea en estos días nuestro consuelo y nuestra motivación.
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