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martes, 28 de agosto de 2018

MATEO 23, 27. PUEBLO DE DIOS

  MATEO 23, 27 - 30»¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad. »¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Construyen sepulcros para los profetas y adornan los monumentos de los justos. Y dicen: “Si hubiéramos vivido nosotros en los días de nuestros antepasados, no habríamos sido cómplices de ellos para derramar la sangre de los profetas.”


Hoy el término Pueblo de Dios supone una reunión de gente bastante dispersa por razón de su procedencia social. Es una pluralidad difícil de encajar en un esquema ideológico. Y esta parece la razón por la que los sacramentos no han de ser un mundo demasiado especializado sino que ha de ser un mundo experto en humanidad. El liturgista Guy Lapointe nos señala que: “en estos últimos veinticinco años, el mundo ha cambiado mucho más rápidamente de lo que se preveía”.

No cabe duda que el hombre de la generación postconciliar tiene poca formación religiosa. Aunque continúa teniendo un sentimiento religioso. La iniciativa de los laicos, por eso, ha progresado en un crescendo visible durante estos años, se han mostrado como animadores decididos de la pastoral . Así, aunque la participación en la misa dominical ha decrecido y cada vez el hombre está menos inclinado a la sacramentalidad cristiana, vemos como aumentan las iniciativas de plegaria, experiencias de grupos…

Los ritmos de comprensión de los cambios no son los mismos para los pastores que para el pueblo fiel. Por ello, quizás, la crisis de la pastoral, el desencanto, cansancio, pérdida de entusiasmo... pueda llevar a ver negativamente el cometido de la Iglesia en el mundo de hoy. Pero tras el Concilio Vaticano II, si la pregunta de los inicios era: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”, la pregunta hoy debería ser: “¿Iglesia, cómo vives lo que has dicho que eres?”

Por ello, debemos prepararnos para responder la pregunta con un esfuerzo espiritual de calidad. En estos términos, el Concilio Provincial Tarraconense de 1995, expresaba en el n66: “la voluntad de llevar a cabo en nuestras Iglesias una pastoral sacramental que expresara con más transparencia que los sacramentos son celebraciones de la Iglesia y acciones del Señor resucitado, que salva y santifica a los hombres por la fuerza del Espíritu”.

Pere Tena dijo que “Los sacramentos son celebraciones de la Iglesia. Mientras no se llega a Cristo el sacramento queda como un interrogante, ¿por qué es necesario el signo sacramental?". La madurez de los laicos conlleva una adecuada formación integral; que estén bien preparados al servicio de la Iglesia y del mundo.

Qué cabe plantearse? Te pongo algunas propuestas:

Transformar la parroquia en una misión: No podemos esperar que vengan a la parroquia a pedir los Sacramentos; hay que procurar volver a la idea de la Iglesia en salida.

Educar en la fe: la mejor forma de preparar a los sacramentos: la pastoral sacramental debe ser considerada como un capítulo importante de la educación en la fe.

En el marco de una pastoral juvenil parroquial: siendo evidente que se requiere una renovación de la pastoral juvenil “es necesario, además, dotarla de mayor organicidad y coherencia”. Iniciar y ayudar a progresar a los jóvenes en la experiencia profunda de Dios a través de la oración, la meditación de la Palabra y una vida interior robusta.

Una celebración de los sacramentos eficazmente evangelizadora: con la misma generosa solicitud e ingenio pastoral con que se celebra la liturgia en tierras de misión y no con una dinámica que entrañe “extraños y mudos espectadores. Aplicar, por tanto, los criterios pedagógicos de la gradualidad y la progresión ofreciendo experiencias de celebraciones especiales para los diferentes grupos humanos de la parroquia.

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