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jueves, 4 de febrero de 2016

MARCOS 6, 7 SACUDIRSE EL POLVO

Marcos 6, 7 - 13: En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.  Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»  Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. 


Hace unos años pensé en marchar caminando desde Girona a Santander, como en una especie de ruta que me tenía que llevar de un lugar a otro como a uno de estos discípulos a los que Jesús envió. Por tanto, si salía, debía hacerlo tal como se les dijo a estos, sin bolsa, sin pan, sin dinero suelto y creyendo en la providencia, que de aquello que hiciera falta se encontraría en el camino, en las personas, en el campo... Así que un lunes por la mañana inicié una primera etapa de 50 kilómetros desde Girona hasta Vic con una pequeña mochila y unas bambas de estar por casa, sin mapa, sin música, sin teléfono y con las solas ganas de hacer camino.

Tengo un recuerdo agridulce de este primer y único día de travesía. Me explico: por un lado disfruté como un niño de la cordialidad de la naturaleza, que campo tras campo, me permitió el alimento. Pasé momentos de calidad interior mientras subía hacia Sant Hilari, por una carretera de subida con olor a humedad, a fresco, a naturaleza. Increible! Un camino por el que fue fácil saludar a unos, encontrarse con otros, escuchar el ladrido de los perros e incluso el beber agua, agua de fuentes naturales. Claro, la subida físicamente fue dura, más por mis problemas de espalda que poco tiempo después me llevarían a quirófano. Pero en mi cabeza no estaba el dolor sino sólo las ganas de caminar como otro más, como había leído.

En Sant Hilari se terminaron de romper las zapatillas, así que aún me quedaban unos cuantos kilómetros para hacer hasta Vic y allí encontrarme con unas personas que me acogían para pasar la noche, reposar en la medida de los posible y proseguir.

En Sant Hilari encontré a alguien que me acompañó 10 kilómetros en coche hasta el punto más alto de la ruta, y desde allí ya todo era bajada, un trayecto amable y con toda la tarde aún por delante. No podía ir mejor, encontré el afecto de la gente, encontré una mano para darme agua, la compañía de algún matrimonio que también caminaba por los alrededores. Quizás algún loco cantando (bueno, era yo). Así que todo marchaba genial, como había leído, como decía el evangelio, estaba muy muy feliz.

Las zapatillas duraron hasta Viladrau, desde allí estaba a sólo 9 kilómetros de Vic, pero las fuerzas ya habían flaqueado. Quedaba poco, pero ni mi espalda, ni mis piernas podían más, así que llamé (gracias a un conductor muy amable) a estos “amigos”, para que sin prisa, sin hora, sin correr, pudieran recogerme en una gasolinera a 10 minutos en coche de la ciudad. Allí mientras esperaba, me acogieron las personas de la estación de servicio, a plena disposición, pero mis supuestos caseros me dijeron que no veían, que si no era capaz de llegar a Vic, pues que mala suerte. Para qué engañarnos, menuda bofetada! No por tener que dormir en el raso, sino porque estos que me negaban su hospitalidad eran, también, “hermanos”. Menuda familia!

La historia termina bien, gracias a Dios, para mí (aunque no en Vic).

Cuando leo hoy este pasaje recuerdo en mi propia carne lo que es tener que sacudirse el polvo de mis pies, quizás para probar su culpa, quizás para que no se pegara a mi caminar tanto desamor. Uno podía ser rechazado en cualquier lugar, mas en cualquier lugar fui bien recibido... en el único lugar que no fue, precisamente, un hogar cristiano.


Deseo, ruego, que si hoy llaman a su puerta, a su teléfono... no sean de estos “hermanos” o “hermanas” que profesan tanta piedad pero que después son capaces de dejar morir al otro. Jesús dirá en el evangelio estas veces en que lo acogimos en casa aunque no fuimos conscientes: cuando dimos de comer, cuando socorrimos al enfermo, cuando acogimos o cuando dimos abrigo en una fría noche de invierno. Ojalá podamos reflexionar sobre esta necesidad de ser casas de acogida, lugares de reposo, estancias de paz.

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