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domingo, 2 de septiembre de 2018

LUCAS 4, 16. INSTITUCIONES

 Lucas 4, 16-19: “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.”


Podría empezar diciendo que igual que aquella Sinagoga es la Iglesia. Es decir, que ambas se convierten en un lugar de reunión en el que se guarda silencio y en donde suena extraño e inaceptable todo aquello que suena a cambio, innovación, frescura… En la Sinagoga, como en la Iglesia, los asistentes se reúnen para leer la Ley y los Profetas o para celebrar la Eucaristía, según el caso. En ambos lugares hay un ritual, una ceremonia religiosa al amparo del servicio dedicado a Dios. En ambos casos se cita, se canta, se reza… Y como en el pasaje de hoy, si Cristo estuviera también haciendo lo mismo en la Iglesia saldría apedreado, porque Jesús da respuesta a una necesidad humana como es la libertad, el año agradable del Señor.

Jesús elige un lugar público como las sinagogas, lugares de encuentro de toda la comunidad. No hace un inicio de su ministerio en privado. Sería la idea de Lucas de proponer el pasaje en el lugar de encuentro de su comunidad, de su pueblo, donde Jesús, al lado de sus hermanos, diría: - esto que añoramos, pedimos… es aquí y ahora.

Podríamos decir que Jesús aparece transgresor en medio del pueblo. No al margen de la gente, de la realidad, de las cegueras o sufrimientos reales. Aquello está aconteciendo  en un lugar abierto. Esta primera irrupción del actuar del Espíritu de Dios por medio de su Hijo es allí, en un espacio público, Nazaret. La dinámica del actuar de Dios es irrumpir en la marginalidad. Aquí irrumpe en medio de la gente, no en el desierto, hay presente el elemento de la encarnación. Jesús recoge todo el deseo de un pueblo religioso en su relación con Dios porque lo que espera con Dios es esta libertad, este año de gracia, porque se sienten al margen. Israel hace tiempo que tiene esta plegaria en sus labios y Jesús lo único que hace es decirles: señores, esta plegaria ya ha sido escuchada por Dios, ya se cumple.

No obstante, y como nos ocurriría en la actualidad, la Sinagoga formaba parte de una realidad institucional y de una religión que limita, que pasa de padres a hijos de una forma brutal, sin alternativa. En este contexto es cuando se alimenta el temor de la institución a dejarse conmover o trastocar por el carisma, que tiene otra forma de resonar en los corazones de la gente. Hay una forma conocida que estaba bien pactada, un ritmo escenográfico y ritual… Pero cuando el carisma irrumpe, todo queda en volver a escuchar la voz de Dios. La vida de Jesús, siempre, es un cuestionar.

Las instituciones sacan palos, persiguen a los herejes, vierten toda su potencia en rituales vacíos y, encima, se quejan de que en sus celebraciones hay poca gente. Tan preocupados como están por la ortodoxia y la liturgia han dejado de lado al amor y al servicio, a la novedad y la libertad, a entender que los movimientos de Dios les son ahora desconocidos.

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